hacia una historia del odio 0.2


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mi amigo jaime, que me enseñó a blake, a catulo y a l.a. de villena cuando tenía yo como ocho pobres años, me mandó esto. lo copio acá para que no se me olvide.

Querido Alonso:
Al visitar tu blog (Antrobiótica. Por cierto, qué bueno es el de
Cinécdoque, uno de mis favoritos, tanto que ya es de visita obligada) estuve leyendo tus apuntes para una biografía del odio. ¿Me permites compartir contigo unos rápidos apuntes?
Van, pues.

1. Si se lee pictográficamente el caracter hèn vemos la imagen de un corazón violento. Esa violencia que se describe deriva del radical gèn: el hombre rudo (descortés, si pensamos en el libro de los ritos) que se voltea y mira en el ojo. Gèn es la raíz de uno de los Ocho Diagramas: el de la división, lo que separa. De aquí la imagen de violencia: una fuerza que separa y pone distancia. Esa fuerza, agazapada sin embargo en el caracter hèn, anima y retuerce el corazón. Y esa fuerza íntima adjetiva y objetiva la realidad: chôu hèn (el enemigo, lo odiado o la enemistad), por ejemplo, describe a la persona envenenada por la serpiente gèn. Leído pictográficamente, chôu hèn revela un objeto doblado hasta el límite. Aquí viene lo interesante: esa idea de una fuerza que somete algo, alguien, hasta el límite representa el número nueve. Como sabemos, nueve precede al diez. Es decir, esa fuerza que se aplica hasta el límite avanza hacia el diez, el cual se representa con el ideograma que indica las cuatro direcciones más el centro, la imagen de lo que es completo, la totalidad.

2. Los semitas no eran tan sutiles como los chinos. Sin embargo, aunque sus observaciones no son construcciones poéticas avasalladoras ni totalizantes como el ideograma hèn, nos legaron, para poco bien y mucho mal, el fundamento ético de nuestra idea de odio. La raíz sn' (sana') expresa esa moción íntima que llamamos mala voluntad y la idea de oposición. Esta raíz está emparentada con el nombre satán, que indica a un adversario, a quien tiene y gusta de mantener animosidad contra otro. No extraña que los traductores del Antiguo Testamento despachen el expediente con la palabra aborrecimiento y sólo opten por la literalidad del odio en abstracto. Así, la cifra del odio se compendia en el Génesis con el aborrecimiento del esposo a su compañera (mil años después San Pablo explicaría esto en Efesios 5:28), o en el de los hermanos de José por el amor que le profesa favoritamente el vejete de Jacob, o el de las naciones entre sí. En Levítico 19:17-18 se resuelve el asunto: odiar al otro equivale a un asesinato; quien ama al otro como a sí mismo cumple con la buena voluntad de Dios. De aquí deriva esa idea y valor normativo que opone al amor el odio (el amor une; el odio separa y distancia). (Hasta donde recuerdo, fue Shakespeare el primero que desafió esa idea: en Henry V dice que, contrario a la lectio legis, el miedo es lo que se opone a esa unión que supuestamente es el resultado de esa entrega confiada que suele nombrarse como amor. El odio es otra cosa, y Otelo no duda en caracterizarlo como tirano.) La historia de Caín seguirá siendo emblemática de todo el asunto. Todos los elementos del drama, con su exasperante ambigüedad, siguen vivos y desafiándonos (ahí están, por ejemplo, las semillas blakianas, rimbaudianas y baudelaireanas de Caín). Su lección: todo asesinato (odio) es un fratricidio, ¿es vigente? No fue -ni es- ningún escándalo que el pueblo elegido asegurara que el "odio santo" es voluntad divina, lo que le permitía sin mayor conflicto invadir, saquear y asesinar a los pueblos que no fueron elegidos. El tema fue debatido copiosamente. (En la literatura rabínica, en Las enseñanzas de los padres, se dice que un ojo envidioso, la inclinación al mal y el odio de los hombres excluyen a los hombres del mundo -es decir, del mundo venidero, el mesiánico.) Hebreos 11:4 reconduce la historia del nuevo pueblo elegido.

3. De haber prevalecido el legado de Grecia sobre este punto habríamos tenido, apuesto, otra manera de encarar el asunto. Al menos, en todo caso, más humana y sabia, reconociendo, con toda su complejidad, que es un drama inevitable. miséo expresa una aversión fuerte, de incontenible hostilidad, la cual puede convertirse en un deseo de hacer mal (kakía) o de poner a alguien en contra de otro (kako), y es de un sabor tan amargo (pikría) que envenena las palabras y hace proferir discursos llenos de resentimiento. Los autores trágicos, sobre todo Esquilo, se sintieron obligados a considerar si los dioses tienen que ver en tanto mal que aflige a los hombres (aunque ya Zeus se había lavado las manos en la Odisea de tales sospechas). A partir de dos conceptos, el de justicia y destino, reconstruyeron significativamente la historia de ese insecto que llamamos, con ellos, hombre. El antídoto a esas imágenes tan aterradoras y hermosísimas de las que seguimos nutriéndonos viene con los comediógrafos, con la invención social de la risa. (¿No fue Aristófanes el que aconsejó no fiarse de los dioses pues eran seres dados a pasiones nada respetables?). (Dos mil quinientos años después Stendhal dijo que un hombre demuestra su poder sobre otro cuando se ríe de él públicamente -"la risa es el último poder que le queda a un hombre sobre otro"-, haciendo hincapié en que esa risa tuviera la mayor apariencia posiblle de ser involuntaria.)

4. Consideremos por un momento que el odio es resultado, no el principio. Encontraremos a esa serpiente agazapada en el corazón. Podríamos llamarla, con Dante y Shakespeare, envidia. O injusticia, con los trágicos; o burla con los comediógrafos. (Pienso en esa imagen de Salieri envuelto en la penumbra de su palco mientras ve, en el sentido griego, el genio de Mozart, algo que nunca podrá ser él y que sin embargo es el primero en reconocer lo sobrehumano de esa obra, la cual lo reduce a él al tamaño de un miserable insecto.)

5. Confucio cifró la última etapa de su vida a partir de los 70 años. Dijo que entonces su corazón podía hacer libremente lo que deseaba y sin hacer el mal.

Un abrazo


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