apuntes alejandrinos

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Querida Sere,

Que yo recuerde, no hay nada más divertido en Borges que los intercambios de Borges, el personaje, con el insufrible primo de Beatriz Viterbo (“Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre”), el poeta Carlos Argentino Danieri, que vienen en el Aleph. El tipo es un loco, ostentoso en el choro, copioso en el gesto, inescuchable. En una reunión, Danieri lee para Borges algunas estrofas de su Canto general, que está en alejandrinos. Ésta es la primera:

He visto, como el griego, las urbes de los hombres,
los trabajos, los días de varia luz, el hambre;
no corrijo los hechos, no falseo los nombres,
pero el voyage que narro es... autour de ma chambre.

Después de autoponderarse (“¡Estrofa a todas luces interesante!”), Danieri lee esta otra:

Sepan. A manderecha del poste rutinario
(viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)
se aburre una osamenta –¿color? blanquiceleste–
que da al corral de ovejas catadura de osario.

“Otras muchas estrofas me leyó –recuerda Borges– que también obtuvieron su aprobación y su comentario profuso.” Jeje. [Un aparte: la primera vez que leí el Aleph tendría como doce años. Claro que Carlos Argentino Danieri me pareció insoportable. Ya con el paso del tiempo le fui agarrando cariño. Ahora, después de siglos, hasta me gusta colar por ahí algunas de sus afectaciones: de repente escribo a manderecha o aqueste o estotro.] Obviamente nada tienen de seductor esos versos, pero sirven para recordar qué demonios es un alejandrino: un verso de catorce sílabas, dividido en dos hemistiquios de siete, con acentos “forzosos” en la seis y en la trece además de otros, que pueden distribuirse con cierta movilidad. Llegaron de Francia, donde se usan desde el Roman d’Alexandre. (En francés son versos de dos hemistiquios y doce sílabas en total. Va uno clasiquérrimo de Rimbaud: A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu: voyelles.) Obvio que los modernistas, tan clavados con Francia y con los simbolistas –que a su vez estaban locos por Oriente–, los usaron, los revolcaron y los convirtieron en sus juguetitos seductores. Todos se engolosinaban con “sátiros, náyades, nereidas, con ánforas, pámpanos, copas exquisitas en que se escancia el vino”. (El buen Nervo hasta trata de cachondearse a un “andrógino”, quién sabe si en serio.) Como mediomundo entonces, Luis G. Urbina se hace el azotado decadente en alejandrinos:

Yo floto en mi tristeza, que es honda y que no brilla,
en tanto que los vientos me arrancan de la orilla
con rumbo a las oscuras riberas de la muerte.

Y es que de veras parecía que con ese espíritu de fin de mundo las mujeres y los güeyes se iban a dejar meter mano. (Pinche Baudelaire hacía de las suyas.) Icaza también se pone así:

Desperté de mis sueños al dolor de la vida,
y hallé de mi pasado todo el derrumbamiento...

Me late más lo que hacía Tablada, tan lindo y exótico, que decía que su alma era “de México y Asia un jeroglífico”:

Por eso amo los jades, la piedra esmaragdina,
el verdeagay chalchíhuitl, por su doble misterio,

Uta, y López Velarde (¿ya leíste el libro que te regalé en tu cumpleaños?) sí sabía ligar. Incluso en alejandrinos. Éstas aposiciones son como pa encuerarse in situ:

Cuida tus dientes, cónclave de granizos, cortejo
de espumas, sempiterna bonanza de una mina,
senado de cumplidas minucias astronómicas.

¡No mames! Lástima que la seducción no esté en los alejandrinos, sino en esas pinches metáforas alucinantes. (Grave error regalarte el libro: un día podría haberme acordado de los versos, decírtelos –o escribírtelos– y quién quita.) Basta leer todas las parodias que le hicieron, aun en vida, para ver que después de López Velarde es imposible escribir así: el modernismo ya se había agotado. Tal vez mejor. El alejandrino se aligeró y aprendió a convivir amabilísimamente con otros metros. Yo no sé cómo le habrá respondido a Cernuda su amante (¿perdido?) cuando le escribió su poema perfecto: Donde habite el olvido (en 17 partes que ocupan 18 páginas); lo que sí sé es que al empezar a leer el poema (en los que te copio hay cinco alejandrinos, ya los reconocerás) el corazón se detiene un momento, tembloroso, ante una forma bella que no admite vuelta de hoja, que te rompe la madre para siempre jamás. Léelos con precaución, porque después uno ya no es la misma persona (o sáltatelos, mejor, si todavía no es tiempo):

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios
[...]

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.

(Ahora que recuerdo, las chilenas se volvían locas por Neruda y sobre todo por los alejandrinos del #20 de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que es bien tramposo. Seguro que te acuerdas:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido;

y también por los del #15:

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Son versos de chavo en el azote, pero qué le vamos a hacer.) Lo que sí me llama la atención es que me digas que no escribes en alejandrinos (o endecasílabos o cualquier otro metro “establecido”) porque, en tus propias palabras, son “ataduras” y porque “ya nadie habla así”. ¿De veras lo crees? Yo sé que no compartes mi calentura Siglo de Oro (a propósito: qué lástima que entonces el alejandrino estuviera en el olvido; busqué, nomás por ver, en toda la Lírica personal de sor Juana y en todo el Flores de baria poesía y nada: ya no digamos un alejandrino sino un par de versos de siete sílabas seguiditos que pudieran reacomodarse tipográficamente y dar uno; Góngora sí tiene, y en efecto están disfrazados de heptasílabos; Gaspar Gil Polo [1564] tiene otros, no disfrazados, que empiezan:

De flores matizado se vista el verde prado,
retumbe el hueco bosque de voces deleitosas;

y Juan Antonio Calderón un soneto, ¡el único en alejandrinos de la época! [1611], que se perdió quién sabe dónde y arranca:

Como el triste piloto que por el mar incierto
se ve, con turbios ojos, sujeto de la pena,

etc, pero ya me desvié), yo sé, pues, que no compartes conmigo ese delirio, que incluye la métrica y el ritmo en plan –si tú quieres– hiperrebuscado, pero a mí la neta los alejandrinos y sus compañeros me suenan naturalísimos. Están por todos lados: no verlos es un mero asunto de distracción (o de miopía). Nomás leyendo los anuncios del metro de tu casa para acá me encontré un alexandrin bien ortodoxo: Las manos artesanas son manos mexicanas. Creo que es de Fonart. Hoy en la mañana me compré un librillo de “canciones populares” (¡Dios!), donde viene, entre mil, esta cuarteta panificadora de Chava Flores:

Concha divina, preciosa chilindrina
de trenza pueblerina, me gustas alahamar,
ven, Concha, dame un bísquet de siento en boca y lima,
chamuco sin harina, pambazo de agua y sal,

que combina sabrosísimamente un dodecasílabo con tres alejandrinos muy a la francesa, como los panes que menciona, sin que se sientan (corrígeme) ni de lejos metidos a güevo ahí. Nada de mamonería, pues. También me suenan platicados los de Luis Alberto de Cuenca, que los ejerce todo el tiempo. (Aparte, se me hacen “alejandrinos como forma de la seducción”.) Unos:

Ha estallado la huelga general en Madrid.
Aprovechando el caso, las chicas de mis sueños
se han quitado la ropa y han salido a la calle,
como un rebaño loco de ovejas descarriadas.

Otros, que siempre ando repitiendo:

Fue una idea malísima la de volver a vernos.
No hicimos otra cosa que intercambiar insultos
y reprocharnos viejas y sórdidas historias.
Luego te fuiste, dando un sonoro portazo,
y yo me quedé solo, tan furioso y tan solo
que no supe qué hacer salvo desesperarme.
Bebí entonces. Bebí como los escritores
malditos de hace un siglo, como los marineros,
y borracho vagué por la casa desierta,
cansado de vivir, buscándote en la sombra
para echarte la culpa por haberte marchado...

Ah, ¡y las ataduras! Vas a verme como un viejito esnob, pero la verdad es que la existencia de la tal camisa de fuerza me parece, cuando mucho, ilusoria. No voy a meterme en espesuras (el idioma tiende a buscar una forma, una constante rítmica, blablablá; ahí está todo el Muerte sin fin para demostrártelas por mí) pero, pongamos, nada más del verso alejandrino, por su acentuación, ¡hay 144 variedades! Y es apenas un verso. Míralo así: lo verdaderamente raro es no escribir de repente alejandrinos. (Tan sólo en el primero de los poemas que hiciste y me enseñaste hoy conté tres. Involuntarios, supongo. Uno, que separaste raro, me encantó: ¿Dónde andabas, perdido color de la madera?) En fin, ya mejor me callo. Espero verte pronto. Te abrazo desde acá, “desde la asocialidad mi casa”, porque acabo de acordarme de otros versos (alejandrinos), y antes de darte toda la güeva del mundo mejor los capturo para que veas que no ignoro lo que va a pasar aquí entre nos:

En otro tiempo hubiera empleado la noche
en hablarte de libros y de viejas películas.
Pero ya soy mayor. Ahora sé que a ustedes
las aburren los güeyes llenos de nombres propios.
Que mi bachillerato las tiene sin cuidado.




Sonetear

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Dos buenos lugares para sonetear en lo que llegan, amanhã cedo, las traducciones del Alba de Larkin (yo ya leí dos, una argentina y una brasileña): uno es Pornosonetos de Ramón Paz, cachondos aunque no siempre porno porno; postea constantemente y suele haber cinco –que van desapareciendo: no hay “archivo” ni “recent posts”: nada–; son de tipo isabelino (o, en la Argentina, borgeano): 3 cuartetos + 2 versos pareados. De los últimos posteados a mí me gusta, por ejemplo, éste:

hermosa tu gemido la otra tarde
es todo lo que quiero en este mundo
ese ronco placer en lo profundo
me ahuyenta lo que tengo de cobarde
miráme me decías sosteniendo
mi cara para verme y te miraba
tus ojos bien abiertos te besaba
y nuestra luz de a poco se iba abriendo
y abriendo y la sonrisa tuya mía
las palabras secretas en tu oreja
y el oceánico fondo de tu queja
y el tráfico al oeste se iba el día
y hoy nunca amaneció no están tus pasos
yo te tuve brillando entre mis brazos.

El otro es
Un soneto me manda, un wiki cagadísimo donde cada quien puede ir agregando endecas (la única regla: no se admiten dos versos seguidos por posteador); sólo hay que registrarse y ya. El que intentan ahora es un soneto plurilingüe como el de Góngora –que yo sepa, es el que está en más idiomas– que comienza así:

Las tablas del bajel despedazadas
(signum naufragii pium et crudele)
del tempio sacro, con le rotte vele,
ficaron nas paredes penduradas…

Ahorita van empezando el segundo cuarteto (en el primero nadie se atrevió o pudo meter versos políglotas); puede ponerse divertido.

ps1. Ya de paso, hay novedades de
Los Tres Cochinitos. Las últimas, tal vez, antes de que desaparezca. (Me acuerdo ahorita del final de un cuento de Borges: Las cosas [...] propenden a borrarse y a perder los detalles cuando las olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.)

ps2. El otro día, harto completamente, el Negro echó al destructor de documentos mi copia de Piedra de sol. Recogí las tiritas de papel, ilegibles casi todas, pero pude recuperar, pegando con pritt, un soneto que yo ni sabía que estaba en ese gran poema:

Un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea;
color de día, la hora centellea:
voy por tus ojos como por el agua.

Abre mi pecho con tus dedos de agua,
no pasa nada, calla, parpadea,
muestra tu rostro al fin para que vea
tu falda de cristal, tu falda de agua.

¿Cuándo somos de veras lo que somos?
Soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos...

Soy hambre, oh muerte, soy el pan de todos.
Acumula este día horrores vacíos:
los vacíos todos que nosotros somos.


Love again

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Uno de los poemas más ojetes de Philip Larkin, un poema que ha estado jodiéndome la vida durante los últimos cinco meses. Lo traduzco en alejandrinos (excepto el último verso, un endeca “dividido”); sin rima: ni modo. Tampoco respeté las estrofas, que en el original se deben a la rima y acá a las unidades de “ideas” –o algo así. No es final, obviamente: es un principio apenas; se puede leer como una nota al pie del poema anterior, Domingo. O a la inversa. El original está acá. (Acércatele con cuidado.)

Otra vez el amor: chaqueteo (3:10,
seguro, para ahorita, la dejaron ya en casa),
el cuarto está caliente, vil panificadora,
el chupe ya murió sin explicarme cómo
vérmelas con mañana, y cómo con después.
Se repite el dolor, como disentería.

Alguien más agarrándole culo, tetas y coño,
ahogado en la mirada de una pestaña de ancho,
y yo, supuestamente, finjo que no lo sé
o que es bien divertido o nada más me vale
o, peor aún, que me... ¡Ah!, ¿para qué decirlo?

Prefiero, por ahora, aislar este elemento
que como un árbol cubre vidas que no son mías,
elemento que empuja y lleva hasta un “sentido”,
y decir por qué a mí nunca me funcionó.
Algo tiene, supongo, que ver con la violencia,
una violencia antigua, y con las recompensas
fallidas: la arrogante
-------------------------------eternidad.


domingo [rewind]

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me gusta pedir drogas en domingo:

llega T en su taxi, me llama desde abajo: ya estoy acá, y cuando me ve me abraza y me da en el apretón de manos un papelito o una bolsa como de joyas; pero ahora es diferente; me dice: tengo para inyectar; sube a mi casa, aún sucia de ayer y antier, pásale, ¿tienes una cuchara?, y la calienta con el encendedor de Zuzana, llena la jeringa de un líquido sucio, color carne ardida, ven, y yo, de pie, extiendo el brazo, él me aprieta la muñeca, se me saltan las venas del antebrazo, venas color verde con pátina, a partir de ahora soy distinto, pienso, y sale de mi vena una gotita de sangre, agua casi, T voltea desde allá abajo, presiona la jeringa, y deja ir todo, me dice: checa nomás, y pienso, obviamente, en Keith Richards, cómo se cae para adelante en aquel video, pienso en Harvey Keitel en Bad Lieutenant, hasta la madre, encuerado, bailando con los brazos abiertos, una mujer se hinca frente a él, y se lleva esa verga hacia la boca, alguien más, no sé quién, mama una verga, tú llegas a la casa hace mil siglos (todavía está en División del Norte 847-27), oigo tus zapatos subir la escalera y pienso ¿cómo voy a saludarla?, abro y te digo

“¡no puede ser, carajo!, estás bellísima”,
y sonríes, “¿a poco sí te gusto?”
preguntas como si no lo supieras,
y te extiendo los brazos, ven, los dedos,
nunca había conocido a nadie bello,
a nadie así, y hacemos el amor,
y no te quitas todo, dices “quiero
que veas mis calzones, no me toques,
hazte pa’llá”, y te dejas caer junto
a la puerta del clóset, metes tu índice
entre el resorte y la piel, transparente
fábrica que la orilla de tus uñas
delinea, sonríes y te miro
desde la cama, ya es después, diciembre
31 en Madrid y yo me juro:
en 2003 no voy a padecerla,
me sigue resonando en el teléfono
la clara voz celular del pendejo
de Gustavo: “¿a quién buscas?” y le digo
con la mano temblándome tu nombre,
que siempre me sonó a un cristal cayendo
al suelo, “pásamela”, pero finges,
“¿bueno?, ¿bueno?”, que no sabes quién habla,
no voy a padecerte este año, Mauro
hace meses me dijo “oye, esa vieja
sí te jodió la vida, ¿no?”, bebíamos
un domingo en la mañana, y es cierto,
no voy a padecerte, neta, en México
de regreso me llamas y es: “Alonso,
ya vivo con Gustavo”, y a mí qué
me importa eso si vamos prolongando
la despedida a través de las calles
del tiempo?, me cambié de casa, vuelvo
años después de Montpellier, hay fotos
que colgaste, sorpresa, en una cuerda
que atraviesa la sala, un recadito
“son nuestros recorridos por el centro”,
clic, Hidalgo, la Alameda, Madero,
Starbucks, el Macdonalds, clic, y Bershka,
Motolinía, el edificio, el depa,
la cama y, desde la ventana, Cinco
de Mayo, porque la primera vez
que cogimos en el Centro lo hicimos
asomados a la ventana, en pants,
me enseñabas tu tanga y tus nalguitas,
me preguntabas “¿qué tanto te gusto?”,
no había muebles ni libros en el depa,
“va a estar padrísima tu casa nueva,
¿te imaginas que viviéramos juntos?”
y yo, la neta, sí me lo imagino,
puente de endecasílabos que tiendo
entre tú y yo: nos levantamos tarde
y Lula y Lola duermen en la cama,
te bañas rápido, “Alón, es muy tarde,
ya no llego”, y tu cuerpo está desnudo,
es un lago tu cuerpo, enamorada
de sí su transparencia, no vayamos
al trabajo, Multivisión al coño,
y sus horarios y la credencial
a güevo sobre la solapa negra,
qué bien te ves de traje, antes no usabas
esos trajes, ventajas las de Multi,
“¿te imaginas que viviéramos juntos?”
y yo, la neta, no me lo imagino,
¿para qué?, esto es el rastro, te abro en dos,
o la carnicería o yo qué sé,
tú a mí me haces bisteces, ¿no?, carajo,
y me vendes barato, a cincuenta
pesos el kilo, y ya nunca me llamas,
y yo tampoco, vaya pendejada,
aunque sí guardo todos tus correos,
no los leo, nomás están en Yahoo,
quemando para siempre un disco duro
en Atlanta, tal vez, o no sé dónde,
y también me masturbo a veces, pienso
en ti, en tu cuerpo, en tus tetas, tus nalgas,
tu vagina y su sabor, ¿a qué sabes?,
ya casi no me acuerdo, lentamente
construyo mis orgasmos, un rumor
me sube, son avispas que se paran
a la altura de mi verga, a la altura
de mi pecho o de mi brazo extendido,
que T, riendo, sostiene entre sus manos,
“¿te gusta, güey?” pregunta, y yo le digo:
“no mames, esta madre está buenísima”.

clic: lunes [fast-forward]


Apuntes al margen

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Una nota
La traducción de
sir Richard Burton de las Mil y una noches es fenomenal, pantagruélica. Creo que ni siquiera se puede conseguir completa. (La que yo tengo es un tomote gordísimo pero parcial.) Mejor aún que la traducción en sí son las notas, que le entran a todo; son supersticiosas, reales, delirantes o hiperserias. Anoche la estuve hojeando y me encontré esta, que me cayó pocamadre:

Dos recetas para agrandar el miembro masculino y para hacerlo espléndido
Un hombre, por tanto, de miembro pequeño, que desea agrandarlo y fortificarlo para el coito, debe sobarlo con agua caliente antes de copular, hasta que se ponga rojo y expandido por la sangre que corre en él gracias al calor; luego debe untarlo con una mezcla de jengibre y miel, sobándolo cuidadosamente. Únase entonces a la mujer. Le procurará tanto placer que ella objetará su retirada.
-----Para otro procedimiento anotaré aquí el miembro del asno. Consiga uno, y hiérvalo con cebolla y una gran cantidad de maíz. Con esta preparación alimente aves, y cómalas luego. También se puede macerar la vara del asno en aceite, y usar el líquido así obtenido para beber o frotar el miembro propio.

Más celos
Típico: cuando dejas por fin un asunto te empiezan a llover referencias. Quisieras regresar y rescribir y agrandar. Terminando el texto de
los celos leí (en un libro que ¡ya había leído!) la frase: “El Siglo de Oro estuvo preocupadísimo por el problema de los celos.” Qué coraje. Está por ejemplo este del orate Góngora:

¡Oh niebla del estado más sereno,
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
de verde prado en oloroso seno!

¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
de la amorosa espuela duro freno!

¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
vuélvete al lugar triste donde estabas,
o al reino (si allá cabes) del espanto;

mas no cabrás allá, que pues ha tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas,
mayor debes de ser que el mismo infierno.

[A propósito, los versos 3 y 4, sierpe escondida en el prado, está en Virgilio: latet anguis / in herba, donde habla de la delicia y el peligro de las fresas...] Ni modo. También leí después este densísimo poema de sor Juana, que sí hubiera dado un punto importante: ¿qué demonios siente el celado (inocente)? Acá, la desesperación y el llanto, líquido humor que es el corazón deshecho entre tus manos, convencen al celoso:

[clic en la imagen para leer el soneto]


The rest is silence
Cuando Hamlet dice su frase clave lo hace después de un barullo alucinante, de unas cuatro horas y miles de versos. Yo quiero hacer una pequeña antología de lo contrario: esas obras donde nunca se dice lo que se promete. Incluiría, obviamente, la rola de PJ Harvey You said something, que empieza así:

On a rooftop in Brooklyn
At one in the morning
Watching the lights flash
In Manhattan

I see fire bridges
The empire state building
And you said something
That I’ve never forgotten...


Y después nomás gira la madeja de ese something dicho pero nunca reenunciado. [Para bajar el rolón: clic derecho y guardar archivo, etc,
aquí; me lo volé del castpost de Hilda.] También habría un epigrama simpático de Baltasar del Alcázar:

Revelóme ayer Luisa
un caso bien de reír;
quiérotelo, Inés, decir,
por que te caigas de risa.

Has de saber que su tía…
No puedo de risa, Inés,
quiero reírlo, y después
lo diré cuando no ría.

(Baltasar intentó el artificio del teaser varias veces. Por lo menos, que yo sepa, en el soneto “sobre soneto” que dice:

Yo acuerdo revelaros un secreto
en un soneto, Inés, bella enemiga;
mas, por buen orden que yo en esto siga,
no podrá ser en el primer cuarteto,

etcétera, y en la Cena jocosa, que nunca he leído.) ¿Qué más? Está la frase que siempre, de alguna forma, queda oculta (por el paso de un avión, por lo que sea) en Le Discret charme de la bourgeoisie de Buñuel y las malditas palabras que Bill Murray le dice al oído a Scarlett J. al final de Lost in translation. Quién sabe. Tal vez nunca haga ese texto.

Excursión
Leyendo en el camino a mi oficina me encuentro este párrafo: “En sitios como San Gregorio Atlapulco y Xochimilco, así como en pueblos de Milpa Alta, Míxquic y Tláhuac, todavía se comen platillos como pato en pasilla, conejo en pipián, metlapil de pescado, ranas en chile verde, hongos, huauzontle en pasilla, tortas de amaranto, tamales de frijol, dulce de camote, salsa de xoconoxtle, metlapiques, nopalmoles, charales, chichicuilote en salsa verde, gallina en mole, flores.” Si tuviera una agenda o una palm, apuntaría esa excursión entre mis antojos más cabrones, justo abajito de los tacos de tripa de pato que me dejó Alteza en estos
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ps. Me pregunto si al anónimo que nos invitaba a largarnos a un foro de discusión le gustará este post. Es, creo, lo más parecido a postear cosas de diario, de blog.


Un fantasma

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–La lune est claire,
Les morts vont vite par le frais,
En as-tu peur, des morts, ma chère?
–Non!… Mais laisse les morts en paix!


I
Hace seis años exactamente, el dos de marzo del 2000, se murió M. Me lo dijeron dos o tres días después. Me dolió pero, vanidosamente, ni lloré ni fui a su entierro. (Ahora que lo digo, en realidad ni sé si la enterraron. Supongo.) Pensé que, aunque habíamos compartido el cielo de la ciudad de México y la colonia del Valle, alguna vez su ojetez me llevó a aborrecer ese hecho; también pensé en un mail que me había mandado como dos meses antes (lo guardo todavía en una carpeta en yahoo; quién sabe por qué): “Me siento enamorada. Tengo ganas de verte, de estar contigo, quiero saber qué pasa cuando finalmente estemos juntos. Lo platicaré pasado mañana en la psi”; pensé en cómo el contorno de los ojos se le llenaba de venas rojas chiquititas cuando se entristecía y pensé en mí, esperándola llegar a verme para coger o fajar muchas horas (a mí me fascinaba su cuerpo, pequeño río tranquilo en una despedida interminable), y ese recuerdo me trajo unos versos de Cohen:

there’s only one bed and there’s only one prayer;
I listen all night for your step on the stair...


II
Quién sabe cuál habrá sido la primera aparición de un fantasma erótico en un poema. “Los manes sí existen –dice el modernísimo Propercio en la Elegía 7 de su cuarto libro [clic:
versión original]–; el fantasma de los muertos escapa de la pira”:

Sunt aliquid Manes: letum non omnia finit,
luridaque euictos effugit umbra rogos.


Propercio se refiere a su heroína, entre real y ficticia, Cintia. Enterrada hace poquito, ha vuelto de su tumba, junto a un camino rumoroso, justo cuando su amante la recuerda, en el viejo lecho, entre sueños. “Cuántas veces hicimos el amor en aquel cruce y, pecho con pecho, nuestras túnicas le dieron calor a la carretera”:

saepe Venus triuio commissa est, pectore mixto
fecerunt tepidas pallia nostra uias...


Las cosas ahora tienen un tinte ligeramente atroz: la túnica está en parte chamuscada, las manos sin sortija son frágiles, crujen. Cintia se ve pálida: ha venido a reprochar antiguas infidelidades, a recordar traiciones y a ratificar su amor. “Un día más habría vivido si me hubieras llamado. ¿Tanto te costaba rogar que un viento abanicara mi pira?¿Tanto esfuerzo fue echar unos jacintos baratos en mi tumba u honrarla con una vasija cuarteada? Y bueno, aunque te lo mereces, Propercio, no voy a criticarte: mi reino fue largo en tus anales. Ya me voy. Graba en una columna esta inscripción para que el pasante la lea: En esta tierra yace la áurea Cintia. Y que te tengan otras: pronto te tendré para mí sola; estarás conmigo: mezclaré el polvo de tus huesos con los míos:

nunc te possideant aliae: mox sola tenebo:
mecum eris, et mixtis ossibus ossa teram.


Propercio, al final, sólo alcanza a decir: “Cuando hubo terminado su querella, su sombra se escapó de entre mis brazos.” El poema es pavoroso y, a la vez, tristísimo.

Quince siglos después, hay otro encuentro terrible. Laura, el único sol, ha muerto la noche anterior, y el pobre Petrarca duerme ya, enceguecido de dolor, injustificado y solo como todos nosotros:

La notte che seguì l’orribil caso
che spense il sol, anzi’l ripose in cielo,
di ch’io son qui come uom cieco rimaso.

Laura aparece en su sueño. ¿Me reconoces? pregunta ella; ¿Cómo no reconocer a quien es mi diosa? Pero dime, te suplico, ¿estás muerta o estás viva? Y ella:

Viva son io, e tu se’ morto ancora,
diss’ella, e sarai sempre, infin che giunga
per levarti di terra l’ultima ora.

Estoy viva: el muerto eres tú, y así será hasta que venga a llevarte de esta tierra la última hora. Qué sueño inquietante: los muertos son los vivos pues ya gozan la eternidad; estar vivo, en esta tierra horrible, es estar muerto. El largo poema es el Trionfo della morte [clic:
versión original]. Los petrarquistas españoles también se encontraron con la sombra de antiguos amores muertos. Por ejemplo, Bartolomé Leonardo de Argensola en su soneto:

Cuando a su dulce olvido me convida
la noche, y en sus faldas me adormece,
entre sueños la imagen me aparece
de aquella que fue sueño en esta vida.

Yo, sin temor que su desdén lo impida,
los brazos tiendo al gusto que me ofrece;
mas ella –sombra al fin– desaparece,
y abrazo al aire, donde está escondida.

Es bello el sueño repetido como en un espejo: en el sueño aparece una mujer, muerta (acuérdate: el sueño es imagen de la muerte), que mientras vivió fue sueño… El intercambio de Petrarca, aunque sin la promesa final, se parece al que contará Leopardi en uno de sus canti. Se llama Il sogno [clic:
versión original y traducción endecasílaba]; sucede en el alba, la hora de los sueños verídicos, el tiempo “en que más leve el sueño / y más suave la pupila obscurece”:

se detuvo a mi lado y me miró
el fantasma de aquella que el amor
me enseñó primero y dejóme en llanto,

No se veía muerta, dice Leopardi, sino triste. Como Laura, ella preguntará: “¿Recuerdo alguno guardas de nosotros?” Y el poeta: “¿Qué sucede, eres tú la de antes?”:

----------------------“Obstruye el olvido
tu pensamiento y lo confunde el sueño”,
me dijo ella. “Muerta soy, y me viste
la última vez ha muchas lunas.”

Leopardi sabe, igual que Petrarca, que amar es una pérdida de vida y que la vida es la muerte disfrazada: “Enteros me quedan estos míseros restos.” La muerta ha venido también a consolarlo, y en el último instante él exclama:

---------Por el amor que me agota,
las desventuras nuestras, el amado
nombre de juventud y la perdida
esperanza de nuestros días, deja,
querida mía, que tu mano roce...

El final del poema es, para mí, uno de los más patéticos que existen:

----------------------- “¿Se te olvida,
oh querido, que en mí ya no hay belleza?
Y tú de amor, desventurado, en vano
tiemblas y ardes. Ahora, al fin, adiós...”
--------------------- Zozobrando,
queriendo gritar con angustia, llenas
de inconsolable llanto las pupilas,
desperté de aquel sueño. Ella seguía
en mis ojos, y aún creía verla
entre los rayos inciertos del Sol.

Leopardi es un romántico, y el asunto del fantasma no podía venirle mejor. Otros románticos lo practicaron también: Bürger hizo al suyo llevarse a la amada, a caballo, a la tumba, con un cortejo nupcial hecho de espectros [clic:
traducción de Nerval]; Novalis ve a Sofía en la árida colina donde está su sepulcro:

Tú viniste a mí, entusiasmo de la noche, reposo del cielo: lento se elevó el paisaje, y sobre el paisaje flotó mi espíritu recién nacido. Una nube de polvo se hizo la colina: a través de la nube vi los rasgos radiantes de la amada. La eternidad descansaba en sus ojos: tomé sus manos, y las lágrimas fueron lazo centelleante indestructible. Los milenios se alejaron cual borrasca. Por la vida nueva lloré sobre su cuello encantadas lágrimas. Fue el primer sueño; el único...

Los simbolistas, más cercanos a Propercio que a Petrarca, ya no pueden ver en estas fúnebres entrevistas sino emblemas de un futuro espantoso o la posibilidad de un erotismo necrofílico. Aurélia parece augurarle a Nerval su propia muerte; el fantasma de Baudelaire promete regresar así:

Comme d'autres par la tendresse,
Sur ta vie et sur ta jeunesse,
Moi, je veux régner par l’effroi:

No nos unirá el amor sino el espanto: subversión del tópico de nuestro amado
Quevedo (que ya era una subversión pues el alma abandona el cuerpo pero regresa, fantasmal, con su cuidado; las venas son ceniza con sentido y las medulas profesan amor):

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Medulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.

El cura protagonista de La morte amoureuse [
clic] de Gautier lleva una vida onírica decadente, dolorosa, onanista: Le jour, j'étais un prêtre du Seigneur, chaste, occupé de la prière et des choses saintes ; la nuit, dès que j'avais fermé les yeux, je devenais un jeune seigneur, fin connaisseur en femmes, en chiens et en chevaux, jouant aux dés, buvant et blasphémant... También su hijo López Velarde está muerto de miedo en el más muerto de los mares muertos:

¿Conservabas tu carne en cada hueso?
El enigma de amor se veló entero
en la prudencia de tus guantes negros,

porque coger con fantasmas (coger con nuestra imaginación) es, nada más, masturbarse, pedirle a quien hemos perdido, como
sor Juana:

Deténte, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo,

deténte, aunque el horror sea el único sentimiento posible entre los dos y para siempre: recordemos el tiempo en que nosotros dos éramos los únicos habitantes del mundo, y el mar era un lago inmenso y tranquilo que nos pertenecía.


III
Una vez y ya, pálida amiga mía, remordimiento mío. Ven: quiero dejar de masturbarme. Aparece en esta cama, tócame; roza, al pasar, mi cuerpo con la palma de tu mano. Ven como sea. Al fin que acá estamos hablando puros muertos.





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