Toda la caza: delicada iguana asada al carbón; paca, ese roedor del tamaño de la marmota, de carne tierna y sapidísima; tapir gigante, cuya carne conviene estofar; gacela, antílope y óryx (aunque esté en peligro de extinción), que la realeza egipcia guardaba para sí; armadillo en mole coloradito; hígado de puercoespín en campos del Midwest gringo; morro de alce –o lengua, como hubiera preferido Thoreau. Caza mayor: búfalo con mantequilla de yerbas, garra de oso (“desde los tiempos antiguos –escribió Dumas– las patas delanteras han sido consideradas la mejor parte del animal”, y hasta da una receta para prepararlas à la casserole) o pata de elefante (“joven” le exigía a su chef el barón de Rothschild). Caza pequeña: rana en sopa (se necesitan tres, “peladas y destripadas”), lenguas de alondra también en sopa; rata de bambú en Bayard St, Chinatown, Manhattan, asada a la leña; lirón glaseado en miel y luego rodado en semillas de amapola en el Satyricon; cola de zorrillo como carne fría. [Sir Thomas Browne, en el querido y demoledor Pseudodoxia Epidemica, libro 3, capítulo iv, 1646, dice que es un error pensar que los castores, “para escapar de su Cazador”, se arrancan a mordidas “los Testículos” –¿cómo para qué? se pregunta uno–; encuentra ese error en jeroglíficos, en Esopo, Eliano, Plinio, Solino y Juvenal, de quien cita estas líneas:
--------------------------imitatus Castora, qui se
Eunuchum ipse facit, cupiens evadere damno
Testiculorum, adeo medicatum intellegit inguen.]
Toda la caza, aunque le repugnara a Lao Tse, aunque Caracalla llorara en una sesión de cetrería, aunque Robert Burton dijera que la liebre es “carne oscura, melancólica, ardua de digerir; engendra incubus, y causa sueños horribles”. Toda la caza pero, sobre todo, el jabalí.
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DANZA CON LOBOS-------------
ERECCIONES Y HUMEDADES-------------