Nomenclatura alcohólica


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Cuando los ingleses se toparon con la combinación de soda y whisky la llamaron, simplemente, whisky-and-soda; cuando llegó a Estados Unidos, un pueblo cuyo dialecto alcohólico es mucho más avispado y divertido, le pusieron high-ball, bola alta, nadie sabe bien por qué (probablemente por la altura del vaso, probablemente porque ball es también un trago de whisky y fire ball un chupe de brandy, probablemente por el juego de cartas homónimo). Aunque su nombre se refiere a los personajes de Life in London (1821), el tom-and-jerry es una suerte de ponche o rompope con whisky, huevos, jarabe y leche para las navidades gringas (to tom-and-jerry, por cierto, era un verbo: chupar mucho y echar desmadre; no es casualidad que el inventor de este trago –llamado ¡Jerry Thomas!– se lo apañara en plan sustantivo en 1862); el tom-collins, gin, soda, limón y azúcar, combina old Tom, es decir: ginebra, con Collins: bebida con hielos en vaso alto.

Igual vienen de nombres propios la vieja margarita –tequila, limón, cointreau–, nacida hacia 1930; tristemente ignoramos (por ahora) si se trataba de una cantinera o de la señora que recibiría el chupe (una leyenda más o menos urbana habla de Marjorie King, una bailarina alérgica casi a todo, pero no al tequila, que visitaba Rosarito, BC, en 1938); el martini, que en los estándares de hoy es, más o menos, 25 partes de ginebra por una de vermouth más una aceituna, puede provenir de Martínez, California, o haber sido confeccionado por Martini di Arma di Taggia, bartender del Knickerbocker en Nueva York. ¿Cómo dice Frederic Henry del martini en Farewell to arms (1929)? “Nunca había probado algo tan fresco y limpio. Me hizo sentir civilizado.” Es probable que el gimlet reciba su nombre del doctor T.O. Gimlette, un oficial de la marina real inglesa entre 1879 y 1917 que usaba la bebida como un tónico para sus reclutas. Raymond Chandler y el detective Philip Marlowe lo volvieron famoso –en los ochenta hubo incluso una revista española alrededor de la cultura noire: cine, narrativa, etcétera, que adoptó el nombre de este coctel, cuya receta clásica está en The long good-bye, una novela espesísima del 53: A real Gimlet is half gin and half Rose’s lime juice, and nothing else. It beats Martinis hollow: se lleva de calle a los martinis... Rob Roy (dos onzas de whisky escocés y media de vermouth dulce) era el apodo de un pirata o freebooter de Escocia: Beto el Rojo; el negroni ha sido ligado (laxamente, la verdad) al conde italiano Camillo Negroni, que supuestamente lo inventó en los treinta. Hemingway, a quien siempre hay que recurrir cuando se trate de chupes, lo resumió así en Al otro lado del río: “They were drinking negronis, a combination of two sweet vermouths and seltzer water.” El gibson, gemelo malvado del martini (en vez de aceituna trae una cebollita de cambray), nació, al parecer, gracias a Charles Dana Gibson, el dibujante creador de la cachonda Gibson girl de principios del siglo pasado, con sus largos vestidos y sus medias en la playa. El Manhattan (whisky, vermouth y opcional bitters) y el Frisco (whisky, benedictine, limón) se disputan las costas de Estados Unidos; el Champs Elysées (coñac, chartreuse, bitters, jugo de limón) y el repulsivo París de noche (coñac y cocacola) se explican solos. Daiquirí (ron, limón, azúcar) se llama un pueblo cubano que los gringos invadieron en 1898, mientras que la Cuba Libre (ron, un poquito de gin, limón y coca) es muy anterior a la Revolución cincuentera: nació en agosto de 1900. ¿Su aparición más memorable? El Padrino II, donde el triste, tonto Fredo pregunta, sin darse cuenta de su raro vaticinio: “Anybody wants a Cuba Libre?” justo la noche en que Batista renunciará a la silla…

Un caipira, en Brasil, es un homem do mato, de convívio rústico e canhestro, es decir: un güey del campo, un silvestre; la caipirinha, su diminutivo, trae limón cortado y macerado, azúcar y cachaça. (Ojo: bajar el famoso bootleg The Caipirinha pause de REM, con un Michael Stipe en estupor alcohólico.) El nombre del mojito (mojo: salsa; también ‘remojo’) es interminablemente menos afortunado que su sabor, que mezcla azúcar, limón, ron, menta aplastada y agua con gas. Lo contrario sucede, en México, con un mote coctelero sensacional como medias de seda, pero cuyo resultado es empalagoso desde el papel (ginebra o tequila, crema blanca, leche evaporada, jarabe, canela en polvo y una cereza). Igualmente nos gusta adoptar nombres del mundo animal, como la cucaracha, que trae –ai nomás– brandy, tequila, vodka y kaluha, la lagartija –vodka, yerbabuena, jarabe, limón, agua mineral–, la inveterada paloma –refresco de toronja y tequila– y su siguiente escalón: el perro salado –lo mismo, pero con limón y sal–, el búfalo –tequila con refresco de tamarindo (Jarritos, exige el purista)– y el velocísimo colibrí: campari, anís y unas gotitas de bitters; del mineral, como la sólida piedra, que viene con tequila, anís y fernet; e incluso del sobrenatural, como el vampiro, mezcolanza de tequila, sangrita y refresco de toronja...

Y ya, párole de contar. “Con la música a tope –dice un poema español– preparaste / una mezcla explosiva en coctelera / mientras yo te quitaba, dulcemente, / la ropa de cintura parra arriba.” La verdad, en lo que perdemos el tiempo en esta página, tú y yo podríamos estar haciendo lo mismo.


1 comments

  1. Anonymous Anonymous 

    muy ilustrativo y enriquecedor para la cultura medio alcoholica del pueblo ja...ja...

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