mateo, dios, una estrella


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I
Estas conocidísimas palabras abren el segundo capítulo del Evangelio según Mateo: “Y como fué nacido Jesús en Bethlehem de Judea en días del rey Herodes, he aquí unos magos vinieron del oriente á Jerusalem, Diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha nacido? porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos á adorarle. Y oyendo esto el rey Herodes, se turbó, y toda Jerusalem con él. Y convocados todos los príncipes de los sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Y ellos le dijeron: En Bethlehem de Judea; porque así está escrito por el profeta.” Herodes aparta a los sabios o magos orientales y los envía a Belén, luego de pedirles que regresen a él, que también desea adorar al rey de los judíos. La estrella guía a los sabios hasta el lugar donde está Jesús. Un poco más adelante está escrito que Herodes entonces, como se vió burlado de los magos, se enojó mucho, y envió, y mató á todos los niños que había en Bethlehem y en todos sus términos, de edad de dos años abajo, conforme al tiempo que había entendido de los magos. Entonces fué cumplido lo que se había dicho por el profeta Jeremías. He aquí mi azoro: Herodes, en uno de los actos más crueles de la historia del mundo, manda asesinar a los niños de un pueblo porque los sabios lo engañaron, porque nunca regresaron de adorar al rey de los judíos, de cuyo nacimiento supieron porque vieron su estrella brillar en el Oriente.
II
Los filólogos han concordado en que el propósito del evangelio de Mateo (escrito no después del año 110, en que lo menciona Ignacio de Antioquía, ni antes del 70, en que los romanos incendiaron el templo de Jerusalén –cf. cap. 22:7: El rey estaba furioso, y envió sus tropas y destruyó a los asesinos e hizo arder la ciudad), su más hondo motivo, fue no sólo extender lo que Lucas, Marcos y otro autor desconocido (le dicen Q por la palabra alemana Quelle: fuente) escribieron –por ejemplo, puso al día algunos odios: Jesús pronuncia las improbables palabras sus sinagogas, como distinguiéndolas de los lugares donde se reúnen los cristianos–; fue también, ¿primordialmente?, despejar cuestiones y dudas que esos textos levantaron, i.e., elaborar un volumen teológico. Así, no puede sorprender la inclusión única de las beatitudes o bienaventuranzas, ni el singular énfasis en los milagros de Cristo, ni la enumeración de las generaciones que lo engendraron (divididas en tres grupos de catorce: de Abraham a David, de Salomón a la deportación de Babilonia, de ésta a Jesús), ni las muchas citas sacras, ni las populosas analogías con Moisés: el aferrado Mateo quiso declarar que Jesús era aquel del que hablaron los profetas; que era, como el autor y protagonista del Pentateuco, quien salvaría al pueblo elegido.

Podemos comprender entonces que el evangelista, en un perdonable descuido, propusiera “la estrella” (Júpiter, tal vez, que atravesó las sendas de Venus y Saturno en el año 7 a.C.) como símbolo y señal del nuevo rey, tal vez inspirado por Números 24:17: Lo veré, mas no ahora; lo miraré, mas no de cerca; saldrá Estrella de Jacob, y se elevará cetro de Israel, sin atender o aun sin percatarse de que no ofrecía en sus versículos el dios justo que hubiera querido, sino un dios arbitrario, lucidito, berrinchudo como el carácter de un niño.

Sin embargo, para el máximo de los fieles no hay otra razón de los evangelios que el impulso del Espíritu Santo; esto es, Mateo no escribió su Evangelio: recibió un dictado; una distracción o una negligencia son perfectamente inconcebibles; cada palabra, cada letra es justificable (hay alguna secreta razón, acaso tu existencia, por la que el verbo anachorein –retirarse– suele repetirse en el libro; otra habrá por la que la palabra genesis es la primera del primer capítulo...); esto es, Dios, sin cuya aquiescencia no se mueve una hoja; Dios, si cuya mirada se apartara un segundo de nosotros caeríamos fulminados, permitió que Júpiter cruzara los caminos de otros planetas no sólo para que los sabios de Oriente (tres, según la tradición) supieran que el rey de los judíos era nacido; también para que se lo comunicaran a Herodes el rey; también para que éste enfureciera; también, pavorosamente, para que hiciera matar a los niños de un pueblo.

III
Ni idea, por supuesto, a dónde llevarán los actos que inició aquella decisión divina –es sabido que todos los actos son el principio y el fin de una serie infinita–; ni idea qué lección impensable quiso dar Yahvé a sus creaturas; sí sé que este Dios es compatible con el Universo, que nos rompe y nos mata: no el dios bondadoso de ciertas simples iglesias de hoy, no el casi humano del Renacimiento; este Dios de fierro o de remolinos, que está más allá de pesadillas o amabilidades; este Dios absurdo salvo que no es absurdo para sí mismo; este Dios que podría decirme hoy, desde el trueno o la nube: ¿Dónde eras al fundar Yo la tierra? Manifiéstalo. ¿Y quién cerró con puertas el mar cuando salía afuera como quien sale de madre; Cuando le ponía nube por vestidura, y escuridad como faja suya, Y rodeéle con términos, y ordené ley entre él, y púsele cerrojo y puertas? Y dije: “Hasta aquí vendrás, y no añadirás; aquí quebrantarás levantamiento de olas tuyas.” ¿Quién es este que escurece consejo con palabras vacías de saber?

[la traducción de los versículos de Mateo es de la mejor biblia en español: la de Casiodoro de Reina; de los de Job en el último párrafo, del gran jefe fray Luis. Hay más sobre el intratable carácter de Dios aquí y aquí.]


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