Posteando taquitos


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acuérdate de mí­ (en los dí­as de tu juventud)(?)



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[Anna es una neoyorquina hermosa y valiente; su pelo aéreo entre güero y rojo y sus ojos color verde laguna tabasqueña están, sin duda, en un punto muy alto de mis aficiones. La conocí hace como tres años en el Hidrógeno, un antro genial de la zona rosa que algún idiota se atrevió a cerrar, y entonces no se aventuraba a tomar siquiera un hielo hecho de aguas mexicanas. Hace poquito regresó a México y me pidió un tour (de force) taquero: en siete días visitamos veintiséis locales, puestos fijos, semifijos y ambulantes y perseguimos canastitas bicicleteras.]


uno de los grandes desayunos de la ciudad: el taco de canasta (antes, cuando era niño, les decían simplemente sudados; yo los probé por primera vez en 1991, el día que vi Goodfellas); de chicharrón, de frijol, de adobo o de mole verde, en la esquina de Tlaxcala y Monterrey en la Roma, donde la salsa es un guacamole muy líquido y hay una cubetita de chiles en vinagre; en Uruguay pasando Isabel en un hueco hurgado a la pared; en Chapultepec, ¡a 6 por dos pesos!, puedes comerlos (de contrabando) viendo a las focas; en bicicleta [he aquí el número y el nombre de mi díler personal: 04455 3113 2192; pregunta por Juan Pérez (¡en serio!)]; por la noche no existen;

tacos de bistec con Maribel, asados en su comal de una edad imposible, con medio nopal asado también ahí, amontonado, salseados con guacamole espeso y esa salsa de la que sólo cabe enumerar: habaneros, jalapeños, jitomates, agua, sal; en los Parados (Baja California y Monterrey): saltan sobre el carbón rapidísimamente, mójalos con salsa mexicana jugosita y limón mucho limón; en Copacabana (Acoxpa, Sn Juan de Dios, División), tortilla recién comaleada, picadérrimos, con cebolla, jitomate y pimiento; en Manolo (Luz Saviñón pasando Cuahutémoc), con tocino, goteantes, alguien me dijo algo imposible: esos tacos son demasiado jugosos; tacos de costilla al carbón en la esquina de Juan Escutia y Pachuca: el olor te alza del suelo y te arrastra cien metros;

tacos de tuétano en Los Girasoles, afuera del Munal; tacos de birria en Sonora, entre Ámsterdam e Insurgentes, donde pervive el recuerdo de Serena y su risa de quince años, y en Garibaldi, al principio de la mañana del domingo: recarga tu cabeza aquí, duérmete si quieres un ratito; tacos de suadero triple altura (grasa carne grasa) en los Cocuyos, afuera de la Portales, antes de que nos fundamos de vodka, sobre Bolívar; allá con Beto (Vértiz, eje 5) tacos de cochinada: residuos estancados, guarumo grasosísimo al fondo de una olla enorme luego de una noche de cocción de kilos, inyéctalo en mis venas o aquí en la carótida;

y obvio: tacos al pastor en el paisa de Coruña: casi guisados, con retrogusto de dos días; tacos al pastor: en el Huequito de Ayuntamiento te los llevan a la cantina de junto; en el Huequito de Bolívar te los sirven ya con chupes: pide el especial: tortilla y una montaña de pastor crujiente ¡crocante!, dos salsas, verde y roja, explosivas, siéntelas jalarte al vórtex que vive en el fondo de tu lengua;

y todos los demás, Anna, dales clic, ve a dar la vuelta y, si quieres, cuando regreses me platicas:


Guisados: adictos anónimos

Apuntes para carnitas

Apuntes cochinitos

Pausa: Maribel

Tacos fronterizos



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