[Anna es una neoyorquina hermosa y valiente; su pelo aéreo entre güero y rojo y sus ojos color verde laguna tabasqueña están, sin duda, en un punto muy alto de mis aficiones. La conocí hace como tres años en el Hidrógeno, un antro genial de la zona rosa que algún idiota se atrevió a cerrar, y entonces no se aventuraba a tomar siquiera un hielo hecho de aguas mexicanas. Hace poquito regresó a México y me pidió un tour (de force) taquero: en siete días visitamos veintiséis locales, puestos fijos, semifijos y ambulantes y perseguimos canastitas bicicleteras.]
Guisados: adictos anónimos
Apuntes para carnitas
Apuntes cochinitos
Pausa: Maribel
Tacos fronterizos
plath, autorretratada
Jugada del destino
Porque el mensaje se encontró un duendecillo,
porque tu expectativa tropezó
con nuestros precedentes,
porque tu Londres era, todavía,
un caleidoscopio de nombres y de lugares
que cualquier sacudida podía revolver,
me estuviste esperando, equivocada.
El autobús
del norte llegó y se vació. No estaba
yo en él. No importa cuánto le insistieras,
cuánto le rogaras al conductor,
acaso con lágrimas en los ojos,
que me apareciera o me recordara
tratando de alcanzarlo. Yo no estaba.
Ocho de la noche y yo andaba suelto,
perdido en algún lugar de Inglaterra.
Contuviste tu impulso
y no saltaste al tráfico
dando vueltas por Victoria ciertísima
de caminando toparte conmigo.
Mas yo no caminaba en parte alguna.
Yo iba sentado en el tren, inmutable,
meciéndome hacia King’s Cross. Alguien,
más tranquilo que tú, te hizo una sugerencia.
Y así, al bajar del tren para encontrarte
al final del andén, hallé una ola
de agitación, una figura a nado
contra la corriente de pasajeros,
luego tu rostro lánguido, luego tus ojos lánguidos,
y tus exclamaciones y agitados tus brazos
tus lágrimas esparcidas
como si hubiera regresado de entre los muertos
contra toda posibilidad, contra
toda negativa salvo tus propios
rezos a tus propios dioses. Entonces
supe qué se siente ser un milagro.
Detrás de ti el taxista que reía,
como un pequeño dios,
de probar que ese viaje enloquecido
–sollozando, provocando, rogando
con él que pasara lo que querías
que pasara– tuvo semejante éxito
gracias a él.
----------------Y sí, qué extraño que mi tren
no llegara antes, mucho antes incluso,
sino en el mismo instante en que irrumpiste
en el andén. Fue natural
y milagroso y fue también señal
que confirmaba todo
lo que necesitabas confirmar.
Y así tu desesperación inmensa,
tu pánico a través de toda Londres
y tu triunfo cayeron sobre mí,
como el amor cuarenta y nueve veces
multiplicado, como el estallido
primero de las nubes que devora
la sequía de agosto
cuando la cuarteada tierra entera parece
trepidar y tiemblan todas las hojas
y todas las cosas, llorando, alzan los brazos.
ps. El Negro acaba de publicar tres buenos poemas en su blog. Recomendamos acercárseles con el alma como una jerga de esas con las que se limpian las cantinas: clic. También hay una antizapatista novedad cohinita: clic.
ps. Hay por ahí una gravesiana novedad cochinita.
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