Intervalo: Pessoa, hábitos [actualizado]

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El viernes alguien en myspace me dejó de encarguito un meme (una palabra horrible, por cierto, balbuciente, para una idea maomeno compleja) que ha andado ya algunas semanas por ahí: los hábitos extraños. No iba a hacerlo pero hoy en el telebús venía leyendo el Livro do desassossego y apareció el fragmento 182 –por lo menos ese número trae la edición de Companhia das Letras de São Paulo– que me rompió la madre y me hizo decir al carajo. La versión original, que no se parece en nada a esta “traducción”, está acá.

Intervalo

Llegué fracasado a la vida, con el cansancio de los sueños: sentí que alcanzaba el final de una calle infinita; transbordé de mí dirección quién sabe dónde y allá me quedé, estancado e inútil. Soy cualquier cosa que fui, no me encuentro donde creo que estoy y si me busco ignoro quién me busca. Expulsado del fondo de mi alma, un tedio unánime me mitiga. Me presencio: mis sensaciones pasan frente a mí, externas. Todo lo mío me aburre; todas las cosas, hasta sus mismas raíces de misterio, tienen el color de mi aburrimiento.

La mínima acción me es dolorosa como un acto de heroísmo; el más pequeño gesto me pesa, al imaginarlo, como si fuera algo que realmente pensara hacer. Mi ideal sería no ejercer más acción que la falsa acción del reposo. No aspiro a nada: me doy la vida: estoy mal donde estoy, y mal estoy ya donde pienso que puedo estar. Ya estaban marchitas las flores que las Horas me entregaron y lo único que puedo hacer es irlas deshojando lentamente.

Hábitos extraños

1. Todos los lunes ceno pollo rostizado, a veces medio, a veces un cuarto. Cuando estoy en el centro, en Gilipollos, en Isabel y Cinco. Me gusta sentarme en esos altos bancos de las rosticerías, frente al fuego, mojar las papas fritas y el pollo con el escabeche avinagrado de los jalapeños color verde militar (nunca, curiosamente, con salsa roja). Me siento solo pero no triste; casi siempre pido una bolsita y le subo los huesos y una salchicha extra a
Lula.

2. Hago listas de todo: libros que leí cuando era niño, cómics que me gustan, revistas donde he encontrado historias de hamburguesas, peores o mejores películas de horror, cafés de Viena, bandas que lograron más de cinco años/discos sin cagarla, versos que me recuerdan a Catulo... La penúltima (ayer) fue: best o’ the nineties:

Ju Du de Zimou Yang (90)
Goodfellas de Scorsese (90)
Miller’s Crossing de los Coen (91)
Unforgiven de Eastwood (92)
Bad lieutenant de Ferrara (92)
Léolo de Lauzon (92)
Heat de Mann (95)
Breaking the waves de von Trier (96)
Rushmore de Anderson (98)
The thin red line de Malick (99)

3. Me gusta desayunar con vino, sobre todo sábados y domingos, y sobre todo vino blanco, de preferencia muy frío.

4. Mis lecturas favoritas son los diccionarios y mis diccionarios favoritos son los que traen ejemplos de uso tomados de autores –de prestigio o de los otros–: en español, el de
Autoridades; en portugués, o Aurélio; en italiano, lo Zingarelli; en inglés, obvio, el Oxford. Si trajeran más poesía, no leería otra cosa.

5. Miento constantemente en nombre de la anécdota y, claro, del personaje. Miento sobre estudios (suelo quitarme más que añadirme), sobre viajes; sobre gustos y disgustos; más que nada, miento sobre antiguos o nuevos cariños que padezco o gozo o nunca padecí. Este blog, incluido este post, es acaso una colección de esas mentiras...
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Actualización en alejandrinos. feb 01.

La noche había sido muy larga y muy oscura.
Quería oír tu voz. Que tus dulces palabras
me trajeran un poco de calma. Que el cariño
que sentías por mí viajara por teléfono
hacia mi corazón maltrecho y derrotado.
Quería oír tu voz y oí la de un pendejo.
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Actualización. ene 31. El insomnio es la fuente de espesuras gravísimas –ya no digamos cuando se combina con su pariente cancerígeno: la decepción amorosa. Además de su “larga metáfora sobre el insomnio”, que es Funes el memorioso, Borges tiene un poema cabroncísimo, un ápice sin bruñir; tanto, que nunca volvió a intentar nada parecido; Pessoa, el interminable Pessoa, también tiene un poema imposiblemente lúcido, como un edificio de obsidiana que te corta si lo tocas. Esto para decir que La Scimmia di Filo publicó hace poco el Insomnia IV en su blog, Healing by degrees, que va de lo divertidamente jodón a lo observador ingenioso a lo azotado.


Logos II

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I
Celos, jalousie, zelus, jealousy, zel: todos ellos tienen un pasado común que comienza, por ahora, en un verbo griego, zeîn: hervir. Los celos son una de las grietas de la personalidad de Dios, ese Dios incomprensible, de fierro, que se alza sobre el Antiguo Testamento; el Dios del Éxodo: “yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen”; el Dios del Deuteronomio, al que “le despertaron a celos con los dioses ajenos; lo provocaron a ira con abominaciones” y que, en venganza, “también los moverá a celos con un pueblo que no es pueblo, los provocará a ira con una nación insensata”. Zelos, dicen las queridas Autoridades en 1739, valen “por la sospecha, inquietud, y rezelo de que la persona amada haya mudado, ò mude su cariño, ò afición, poniéndolo en otra”. Y
Oxford concuerda, pero amplía el lente: The state of mind arising from the suspicion, apprehension, or knowledge of rivalry in love, etc.; fear of being supplanted in the affection, or distrust of the fidelity, of a beloved person, esp. a wife, husband, or lover...

Los celos nunca son el temor del hurto (por el rival o por quien sea) de quien amamos; los celos no son tampoco inseguridad propia: sólo los más engreídos pueden creerlo: los demás tenemos la certeza de que, medidos con la vara del Universo, no somos nada, ninguna de nuestras virtudes (si las hay) nos hace preferibles sobre cualquier otro; los celos no son la desazón inconfundible del enamorado, del que sabe que el bien máximo siempre está en peligro de extinción (porque ese bien, para el enamorado, es gratuito, es una gracia o un don), y pregunta, trémulo de dolor, “¿me quieres?” La inquietud de que la persona amada mude su cariño: los celos son la más desgarradora manifestación de la voluntad del otro, de su elección: he aquí lo que yo te daba y ahora te quito. Te doy el Paraíso, y hoy te expulso de él, te dejo caer en el abismo.

II
Los celos nos reducen hasta casi la desaparición (a veces) y endiosan a nuestro rival (casi siempre). ¿No lo escribió así la amada
Safo de Metilene?:

Me parece que es igual a los dioses
el hombre aquel que frente a ti se sienta,
y a tu lado absorto escucha mientras
dulcemente hablas
y encantadora sonríes…

Y un poco más adelante en el poema, la

invade un frío sudor y toda entera
me estremezco, más que la hierba pálida
estoy, y apenas distante de la muerte
me siento, infeliz,

el riesgosísimo deporte de los celos nos coloca en el cantil del vértigo, donde todo está a punto de desaparecer, en el mero filo de la muerte. También
William Carlos Williams reprodujo esa congoja:

Straightway, a delicate fire runs in
my limbs; my eyes
are blinded and my ears
-----thunder.
Sweat pours out: a trembling hunts
me down. I grow
paler than grass and lack little
-----of dying.

Los celos asimismo nos acercan a esa orilla donde lo racional pierde piso y la separación simplemente deja de ser aceptable (Cantar 8:6):

Ponme como un sello sobre tu corazón, como una marca sobre tu brazo;
porque fuerte es como la muerte el amor;
duros como el Seol los celos;
sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama…

(Los celos son duros como el sche’ól, que en otras partes de la Biblia los traductores llaman: infierno, sepulcro, abismo…) El jefe
Catulo no leyó las escrituras pero sí a Safo, y la amó y la tradujo. Y se dio cuenta de un pequeñísimo detalle, pero un detalle que cambiaría eternamente nuestra percepción de los celos. Lo agregó al final de su preciosa traducción:

Otium, Catulle, tibi molestum est.
Otio exultas nimiumque gestis.
Otium et reges prius et beatas
perdidit urbes.


El ocio, Catulo, te hace daño, el ocio te altera; no lo olvides: el ocio ya arruinó reyes y ciudades felices. ¿Cuál es el detalle que descubrió entonces el gran Catulo? Los celos son hijos del ocio y, por tanto, son un ejercicio, el más ojete, de nuestra imaginación.
Chaucer, militantos años después, también lo supo; así lo dice en el Knights tale:

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The fyr of Ialousie vp sterte
With Inne his brest and hente him by the herte.

En la imaginación, todo (absolutamente todo) tiene la posibilidad de convertirse en el infierno: un beso que no es exactamente igual al beso acostumbrado, una concha guardada en el cajón o, en Othello, un pañuelo intercambiable… La imaginación crea al rival y crea los celos. Crea también la venganza, como en aquel poema de
Vicente Gallego, que acaba así:

Quizá un extraño intente sepultarme,
rencoroso, con una mano fuera,
pero esa saña suya lo traiciona,
pues vive en esta mano tu recuerdo,
tu alegría estruendosa que él no puede
ya gozar, el exacto movimiento
que hace tu nuca al descender las medias,
aquella concha escrita que proteges
y a sus ojos ocultas, aunque juntos
quemeis otros vestigios de mi sombra.
Esta mano invisible que se acerca,
cruzando calles días y silencios,
roza tus labios y te obliga ahora
a rechazar la suya extrañamente,
sin que él lo comprenda.

Vergüenza ajena: aunque la clave de este poema está, creo, en ese quizá que lo ensarta en una naturaleza imaginaria (quizá un extraño intente sepultarme pero también quizá no, quizá tú sufres más que yo, quizá no hay saña en el extraño…), el poeta se deja llevar por su patético delirio, y su “venganza” es patada de ahogado en un mar tal vez inexistente.

III
Los celos atan mucho más que el amor, atan como un potro de tortura: “Y pensar que perdí los mejores años de mi vida con una mujer que no era mi tipo” dice el jodido de Swann. Yo, exasperantemente, gasté los primeros cinco años de este siglo ensartado a una mujer que ni siquiera me caía bien. ¿Qué nos queda, entonces? Propone el buen Arquíloco de Paros:

Sé sólo una cosa importante: responder
con daños terribles a quien daños me hizo.

I will kill thee And love thee after? Tal vez, pero cada una de las tres muertes que los celos incitan tiene graves desventajas: asesinar al rival es martirizarlo, procurarle un altar junto a la cama del amado; asesinar a nuestro amado es cancelarle la posibilidad de que, por voluntad propia, vuelva a elegirnos: no es borrar la humillación, es detenerla para siempre en el tiempo. Aunque alguien podría argumentar que el suicida despierta los recuerdos y probablemente el antiguo amor de su amado, darnos muerte a nosotros mismos es simplemente cancelarlo todo y, si acaso, lo que propicia es poco más que un mercy fuck necrofílico. De Johnny Cash a Loretta Lynn: that’s the stuff of country songs. (La primera vez que borroneé este texto se me pasó otra solución: la muerte de los tres protagonistas: el rival, si existe; el amado y nosotros mismos. El problema es que la mano no puede temblarnos en el último momento; cuando sólo quedamos nosotros con vida no podemos utilizar el pretexto de Pink Floyd: but just then the phone rang, I never had the nerve to make the final cut.)
Ni la muerte ni la patética venganza imaginaria: ¿qué nos queda, entonces? Alguien más le está sintiendo las tetas y el coño, apunta Philip Larkin,

And me supposed to be ignorant,
Or find it funny, or not to care?


Fingir que no sabemos o que no importa puede ser una opción a la luz del día, pero no cuando nos masturbamos, interminablemente solos, a las tres y diez de la mañana,

(Surely he’s taken her home by now?)
The bedroom hot as a bakery,
The drink gone dead, without showing how
To meet tomorrow, and afterwards,
And the usual pain, like dysentery.


En ese momento, con el cuarto hirviendo de celos, sin alcohol, con algo en el estómago que se parece a la disentería (inflamación de la membrana mucosa y las glándulas del intestino grueso, acompañada de dolores terribles y evacuaciones de sangre y moco), hay acaso otra salida. Es la última y la más costosa de todas las opciones, pero puede dejarnos cerrar los ojos y alcanzar el tesoro escondido del sueño: es la apuesta amorosa; la pendeja, la absurda apuesta por la libertad y la voluntad del otro. Y, así sea nada más por esta noche, las rejas, los alambres de púas, los muros de la cárcel y el potro de tortura pueden disolverse durante un segundo que nos suene interminable.
ps1. Si a alguien le llama la atención, acá está el primer Logos: clic.
ps2. Actualización. Ya por puro otium, Catulle, subí una pequeña antología de traducciones del loquísimo poema de Safo. Está la de Catulo, una de Ronsard donde deja fuera un pequeño detalle, una de Sydney, una de Byron (pasado por Catulo) y la de WC Williams. A ver qué tal.
ps3. Actualización. ¡Ah! Manuelito y yo queríamos hacer un blog de imágenes que viera la ciudad con sorpresa, cierta culerez e ironía. Nada nuevo, es cierto, pero de cualquier modo alguien le ganó a nuestra desidia de siempre: el blog existe ya. Se llama Blogderground y es de Vicadín, a quien le recomendamos la rosticería en Fray Servando que se anuncia en grande ¡“Auténtico” sabor italiano! y, claro, la marisquería Playa Vieja que cuelga un letrero que dice: ¡Mariscos “frescos”! Derechito a los BLOGS OF “NOTE”.


Posteando taquitos


[Anna es una neoyorquina hermosa y valiente; su pelo aéreo entre güero y rojo y sus ojos color verde laguna tabasqueña están, sin duda, en un punto muy alto de mis aficiones. La conocí hace como tres años en el Hidrógeno, un antro genial de la zona rosa que algún idiota se atrevió a cerrar, y entonces no se aventuraba a tomar siquiera un hielo hecho de aguas mexicanas. Hace poquito regresó a México y me pidió un tour (de force) taquero: en siete días visitamos veintiséis locales, puestos fijos, semifijos y ambulantes y perseguimos canastitas bicicleteras.]


uno de los grandes desayunos de la ciudad: el taco de canasta (antes, cuando era niño, les decían simplemente sudados; yo los probé por primera vez en 1991, el día que vi Goodfellas); de chicharrón, de frijol, de adobo o de mole verde, en la esquina de Tlaxcala y Monterrey en la Roma, donde la salsa es un guacamole muy líquido y hay una cubetita de chiles en vinagre; en Uruguay pasando Isabel en un hueco hurgado a la pared; en Chapultepec, ¡a 6 por dos pesos!, puedes comerlos (de contrabando) viendo a las focas; en bicicleta [he aquí el número y el nombre de mi díler personal: 04455 3113 2192; pregunta por Juan Pérez (¡en serio!)]; por la noche no existen;

tacos de bistec con Maribel, asados en su comal de una edad imposible, con medio nopal asado también ahí, amontonado, salseados con guacamole espeso y esa salsa de la que sólo cabe enumerar: habaneros, jalapeños, jitomates, agua, sal; en los Parados (Baja California y Monterrey): saltan sobre el carbón rapidísimamente, mójalos con salsa mexicana jugosita y limón mucho limón; en Copacabana (Acoxpa, Sn Juan de Dios, División), tortilla recién comaleada, picadérrimos, con cebolla, jitomate y pimiento; en Manolo (Luz Saviñón pasando Cuahutémoc), con tocino, goteantes, alguien me dijo algo imposible: esos tacos son demasiado jugosos; tacos de costilla al carbón en la esquina de Juan Escutia y Pachuca: el olor te alza del suelo y te arrastra cien metros;

tacos de tuétano en Los Girasoles, afuera del Munal; tacos de birria en Sonora, entre Ámsterdam e Insurgentes, donde pervive el recuerdo de Serena y su risa de quince años, y en Garibaldi, al principio de la mañana del domingo: recarga tu cabeza aquí, duérmete si quieres un ratito; tacos de suadero triple altura (grasa carne grasa) en los Cocuyos, afuera de la Portales, antes de que nos fundamos de vodka, sobre Bolívar; allá con Beto (Vértiz, eje 5) tacos de cochinada: residuos estancados, guarumo grasosísimo al fondo de una olla enorme luego de una noche de cocción de kilos, inyéctalo en mis venas o aquí en la carótida;

y obvio: tacos al pastor en el paisa de Coruña: casi guisados, con retrogusto de dos días; tacos al pastor: en el Huequito de Ayuntamiento te los llevan a la cantina de junto; en el Huequito de Bolívar te los sirven ya con chupes: pide el especial: tortilla y una montaña de pastor crujiente ¡crocante!, dos salsas, verde y roja, explosivas, siéntelas jalarte al vórtex que vive en el fondo de tu lengua;

y todos los demás, Anna, dales clic, ve a dar la vuelta y, si quieres, cuando regreses me platicas:


Guisados: adictos anónimos

Apuntes para carnitas

Apuntes cochinitos

Pausa: Maribel

Tacos fronterizos



Pequeña biografía de un soneto

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Catulo, un poeta entrecomilladísimamente “menor” (Virgilio, digamos, es un poeta “mayor”: se habla de tú con los dioses y las musas, su tema no es un hombre sino el Universo), fue sin embargo el primero que reprodujo la lucha que el amor batalla contra sí mismo en el fondo de nosotros. Sus versos son increíblemente sintéticos:

odi et amo. quare id faciam, fortasse requiris?
nescio, sed fieri sentio et excrucior.


Odio y amo, siento y me crucifico.
Petrarca, cuyo tema es también el corazón de un hombre (el asunto de Dante es, en cambio, la disposición teológica del Universo; su amor pertenece a las alegorías no a las personas), exacerbó el análisis de ese mismo dolor:

Pace non trovo, et non ò da far guerra;
e temo, et spero; et ardo, et son un ghiaccio;
et volo sopra ’l cielo, et giaccio in terra;
et nulla stringo, et tutto ’l mondo abbraccio.

Tal m’à in pregion, che non m’apre né serra,
né per suo mi riten né scioglie il laccio;
et non m'ancide Amore, et non mi sferra,
né mi vuol vivo, né mi trae d’impaccio.

Veggio senza occhi, et non ò lingua, et grido;
et bramo di perir, et cheggio aìta;
et ò in odio me stesso, et amo altrui.

Pàscomi di dolor, piangendo rido;
egualmente mi spiace morte et vita:
in questo stato son, Donna, per vui.

El amor es una canción de contrarios: desear y temer, arder helándonos, enmudecer gritando, ver y ser ciegos. (Ya antes, en los sonetos 132 y 133, Petrarca insinuaba el problema: S’a mia voglia ardo, ond’è ’l pianto e lamento? o De gli occhi vostri uscìo ’l colpo mortale: tus ojos son golpes mortales y, si esto es puro deseo, ¿por qué lloro y sufro?) Luego, hacia 1525, el bueno de
Bembo no pudo resistir la tentación de tratar de ser Petrarca:

Lasso me, ch’ad un tempo e taccio e grido
e temo e spero e mi rallegro e doglio,
me stesso ad un Signor dono e ritoglio
de’ miei danni egualmente piango e rido.

Volo senz’ale e la mia scorta guido,
non ho venti contrari e rompo in scoglio,
nemico d’umiltà non amo orgoglio,
né d’altrui né di me molto mi fido.

Cerco fermar il sole, arder la neve,
e bramo libertade e corro al giogo,
di fuor mi copro e son dentro precoso.

Caggio, quand’i’non ho chi mi rileve;
quando non giova, le mie dolie sfogo,
e per più non poter fo quant’io posso.

Cuando el soneto llegó al español, fue tímida, casi literalmente (la versión es del
Brocense):

No hallo paz ni estoy para dar guerra;
temo y espero, y ardo estando helado,
y vuelo sobre el cielo y quedo en tierra,
y abarco el mundo y quédome burlado;

ni me abre el carcelero ni me cierra;
ni bien me da por suyo o me da vado;
ni bien me suelta ya ni bien me atierra;
ni bien vivo me quiere, ni acabado.

Sin ojos veo, sin lengua hablar porfío;
muérome por morir, y ayuda llamo;
y amando en otra parte, me aborrezco;

manténgome en dolor, llorando río;
la muerte y vida igualmente desamo:
esto es lo que por vos, mi bien, padezco.

Al inglés lo llevó
Wyatt (junto con la forma soneto), con su música no siempre de fácil acceso, a diferencia de la de su cuate Surrey (pero, dando y dando, el retintín de Surrey no alcanza las espesuras de emoción del rugoso Wyatt):

I find no peace, and all my war is done:
I fear, and hope; I burn, and freeze like ice;
I fly above the wind, yet can I not arise;
And nought I have, and all the world I seize on;
That locketh nor loseth holdeth me in prison,
And holdeth me not, yet can I ’scape nowise:
Nor letteth me live, nor die at my devise,
And yet of death it giveth me occasion.

Without eyen I see, and without tongue I ’plain;
I desire to perish, and yet I ask health;
I love another, and thus I hate myself;
I feed me in sorrow, and laugh in all my pain.
Likewise displeaseth me both death and life,
And my delight is causer of this strife.


Camões fue, creo, el primer sonetista de Portugal. Como cualquier otro hombre, él también se reconoció en los versos de Petrarca y su rifattore Bembo:

Coitado, que em um tempo choro e rio;
espero e temo, quero e aborreço;
juntamente me alegro e entristeço;
confio duma cousa e desconfio;

vôo sem azas; estou cego e guio;
alcanço menos no que mais mereço;
então falo melhor quando enmudeço,
sem ter contradição sempre porfio.

Possível se me faz todo o impossível;
intento com mudar-me estar-me quedo;
usar de liberdade e ser captivo;

queria que visto ser, ser invisível;
ver-me desenredado amando o enredo:
tais os extremos são com que hoje vivo.


En 1577, en las
Flores de baria poesía (fácil, el mejor libro de poesía editado en México hasta 1900) alguien había copiado un poema anónimo que empezaba así:

Cuitado, que en un punto lloro y río;
espero, quiero, temo y aborrezco;
juntamente me alegro y entristezco;
de una cosa confío y desconfío…

Después el jefe
Lope de Vega mezcló, en su soneto, abstracciones y una bella imagen de un pavorreal (en el verso 10). Ai va:

Yo muero y vivo, yo me hielo y ardo,
y de lo que me alegro me entristezco;
a un mismo tiempo adoro y aborrezco
y despreciando el bien, el mal me guardo;

temo el remedio y el remedio aguardo;
con dicha pierdo y con temor merezco;
huyo al peligro y al mayor me ofrezco,
y donde más me animo, me acobardo.

Ya mi amor se levanta, ya se humilla,
ya me mira los pies y ya la rueda,
ya tiene el gusto y ya el desdén la silla.

Pero viendo que ya resuelto queda,
al mismo amor espanta y maravilla
que entre tantos contrarios vivir pueda.

Quevedo, que se podía poner cualquier máscara y ser genial, se puso la del Petrarca, y si no lo superó (yo no sé) estuvo a la misma altura:

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida, que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido, que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo,
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo,
mirad cuál amistad tendrá con nada,
el que en todo es contrario de sí mismo.

Bellísima e hiperacertada la imagen del amor como un niño: es así de veleidoso, de cambiante y de berrinchudo. Y ya. Harto de tratar de conciliar contrarios, de la imposibilidad de amar, de que persista el recuerdo doloroso de un tiempo feliz; harto de que sí y no sean las dos caras de un mismo aburrimiento, yo también me aventé una traducción del soneto. La dejo aquí, para empezar a olvidarme de él:

te tengo un secretito ale dirélo?
tristísimo a una vez lloro y me río
neteo pero la neta desconfío
y piso el cielo y vuelo al ras del suelo
ardo de frío al centro de un desierto
quisiera alzar la voz pero enmudezco
no tengo y (claro, según yo) merezco
vivo cada día cual vive un muerto
no puedo no quererte es una pena
no puedo en una de ésas dejar todo
ni puedo decidir vivir contigo
acuérdate preciosa de tu amigo
detesto esta prisión pero ni modo
adoro de tus piernas la cadena

ps1. Tal vez a
Jardinière o a Hilda o a Arturo o al Adictvm o a alguien más por ahí le den ganas de engordar la lista de traductores del Pace non trovo. Venga a nos su reino. El Canzoniere del Petrarca está, completo, aquí. No tiene notas pero su lectura, para quienes hablamos español, no requiere sino disposición y un buen diccionario. (Éste, por ejemplo.)
ps2. También hay una pequeña contienda sonetera en Ande yo caliente: pásale. Y el Negro publicó nuevos poemas: clic.


Fate playing

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Hay días en que no hay cosa que nos justifique, no somos casi nada: aire apenas, una bolsa que contiene un montón de carne, huesos y sangre. Hay otros días, sin embargo, en que una casualidad, un lance de dados o una jugada del destino nos vuelven el centro de un mundo imposible, un mundo dichoso en que el amor se vuelca sobre nosotros como una cascada de agua fresca. Este poema está extraído del Birthday Letters, con el que Ted Hughes conmemoró y padeció (como si no lo hubiera padecido antes) su matrimonio con Sylvia Plath: igual que todos los matrimonios, una apuesta insensata por la voluntad del otro.

[No creo que Hughes se revuelque en su tumba, pero le volé un verso por ahí que, pa mi gusto, no sólo estaba pinchón sino que distraía. Clic: versión original.]

[Actualización. Un detalle curioso: este post echó a publicar dos traducciones más de Fate playing. Una, de Hilda Domínguez, que tituló Jugar al destino: clic; otra, de Arturo Ávila, Jugada del destino: clic. Imposible juzgarlas aquí pero si Hughes en sus 53 versos utiliza 362 palabras y 35 comas, la de Hilda es, estadísticamente, la más fiel: 53 versos, 353 palabras y 42 comas; la mía, la más elíptica: 341 palabras, la menos comatosa (33, casi una coma cada dos versos) y la que ocupa un área mayor: 60 líneas (¡y eso que le volé una!). Arturo quedó así: 360 palabras (le ganó a Hughes por tantito) y 56 versos; su versión es la más pausada: 0.839 comas por verso (47 comas en total). Quién sabe para qué sirva todo esto.]


plath, autorretratada

Jugada del destino

Porque el mensaje se encontró un duendecillo,
porque tu expectativa tropezó
con nuestros precedentes,
porque tu Londres era, todavía,
un caleidoscopio de nombres y de lugares
que cualquier sacudida podía revolver,
me estuviste esperando, equivocada.
El autobús
del norte llegó y se vació. No estaba
yo en él. No importa cuánto le insistieras,
cuánto le rogaras al conductor,
acaso con lágrimas en los ojos,
que me apareciera o me recordara
tratando de alcanzarlo. Yo no estaba.
Ocho de la noche y yo andaba suelto,
perdido en algún lugar de Inglaterra.
Contuviste tu impulso
y no saltaste al tráfico
dando vueltas por Victoria ciertísima
de caminando toparte conmigo.
Mas yo no caminaba en parte alguna.
Yo iba sentado en el tren, inmutable,
meciéndome hacia King’s Cross. Alguien,
más tranquilo que tú, te hizo una sugerencia.
Y así, al bajar del tren para encontrarte
al final del andén, hallé una ola
de agitación, una figura a nado
contra la corriente de pasajeros,
luego tu rostro lánguido, luego tus ojos lánguidos,
y tus exclamaciones y agitados tus brazos
tus lágrimas esparcidas
como si hubiera regresado de entre los muertos
contra toda posibilidad, contra
toda negativa salvo tus propios
rezos a tus propios dioses. Entonces
supe qué se siente ser un milagro.
Detrás de ti el taxista que reía,
como un pequeño dios,
de probar que ese viaje enloquecido
–sollozando, provocando, rogando
con él que pasara lo que querías
que pasara– tuvo semejante éxito
gracias a él.
----------------Y sí, qué extraño que mi tren
no llegara antes, mucho antes incluso,
sino en el mismo instante en que irrumpiste
en el andén. Fue natural
y milagroso y fue también señal
que confirmaba todo
lo que necesitabas confirmar.
Y así tu desesperación inmensa,
tu pánico a través de toda Londres
y tu triunfo cayeron sobre mí,
como el amor cuarenta y nueve veces
multiplicado, como el estallido
primero de las nubes que devora
la sequía de agosto
cuando la cuarteada tierra entera parece
trepidar y tiemblan todas las hojas
y todas las cosas, llorando, alzan los brazos.

ps. El Negro acaba de publicar tres buenos poemas en su blog. Recomendamos acercárseles con el alma como una jerga de esas con las que se limpian las cantinas: clic. También hay una antizapatista novedad cohinita: clic.


Otro desempance

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I. Dos poemas de Penna
Sandro Penna está entre los espesos italianos del siglo pasado, aunque sea menos erudito que Quasimodo e interminablemente menos arrojado que Pasolini. Es más entrañable, más encantador y, ciertamente, escribe desde un lugar mucho más jodido. He aquí dos poemas favoritos, que traduzco así nomás, respetando apenas el conteo original de sílabas, como para que cualquiera los haga pedazos. [clic a: versiones originales]

Malinconia

Melancolía de amor, donde queda
del joven blanca una sonrisa, como
una última gaviota en la tormenta.

Poeta esclusivo d’amore

“Poeta exclusivo de amor”
se me ha llamado. Y tal vez era cierto.
¿Pero el viento en la yerba y el rumor
de la ciudad lejana
no son amor también?
Bajo cálidas nubes,
¿no son aquel sonido
de un amor que arde
y deja de alejarse?

II
Increíblemente funcionó (un poco, al menos). En
Baile caliente pusimos, al principio, un “poema” engañabobos que contenía, en hexasílabos pareados, puras palabras-anzuelos para calenturientos. Una revisión de las webstats de la página revela que sí ha caído gente buscado “incesto”, “golosas” (¡con y sin mayúsculas!), “calientes”, “Britney naked”, etcétera. Lo voy a copiar aquí nomás para que el tráfico se agite un poco (digo, ya estuvo de que a Antrobiótica lleguen en busca de “hombres necios”, “Yourcenar” o “receta de carnitas”). También para que mr Davidson cumpla su promesa de hacerlo rola, y pa ver si le gusta al Adictvm.

[Recomendamos postearlo cada quien en su blog, aunque sea escondidito allá al fondo de un archivo ruquísimo, para probar su eficacia. También son recomendables estos
quasi pareados (quasi porque no riman AABBCC..., sino AABACA...); a ver qué tal.]

Aquí está un poema
que escribo sin pena:
engaña a los ñoños
con “tetas” y “coños”;
con “pitos” y “bolas”,
a viejas golosas;
I’ll write some in English,
let’s see what we’re missing:
you’ll find “Britney naked”,
and painfully inflected;
“cum-shots” & huge “gang-bangs”
we’ll bring here with ganas;
you will find a “picture
of Jessica Simpson”:
let’s write that she’s “horny”
to see just who’s cummin’;
I’ll add this: “vagina”,
& “pussy” & “mamada”,
& “heat seeking missile”,
or “meat seeking pissile”;
who said “barely legal”,
“high-heels” & “illegal”,
“big dicks”, “cherry-poppers”
were wrong and improper?,
who said “cotton panties”,
“that fuck with their daddies”,
“nice ass” & “cheerleaders”
won’t bring us some readers?,
“meninas gostosas
que mostram suas coisas”,
“up-skirt” & “incesto”,
“anal”, por supuesto,
& “Debbie does Dallas”,
“cock-rings” & some “nalgas”;
¿por qué no una “verga”
de luenga presencia?
Que no se me olvide
el “sexo” que piden,
“the sex” y hasta “il sesso”,
el “culo” y los “senos”;
“meseras ardientes”
en baile caliente.
Así fue el poema
que hicimos sin pena;
adiós, gente amiga,
de los que esto firman:
Gabriel y el Alonso
y el Negro –te endoso.

III. Para alimentar el ridículo
Hoy, alguien que obviamente no sabe lo que hace invitó a Antrobiótica a una mesa redonda: Comida y medios de comunicación. (Jeje.) Es a las siete pm, en el
Centro Cultural de España. Ventaja #1: se vale hacer las tres señas universales de “ya cállate”: unas tijeritas que cortan el aire, un cuchillo que corta un cuello o señalar un reloj insistentemente (véase el gran episodio: Bart the Daredevil de la temporada dos de Los Simpson); ventaja #2: una de las ponentes es ¡Chepina Peralta! (Eso sí tiene que ser divertido.) Desventaja #1: hay vino de honor, que seguramente será tóxico; desventaja #2: hay que asistir a una mesa redonda que se atreve a llamarse: Comida y medios de comunicación.


Cata: La salsa más famosa del mundo

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para Érika y León
La catsup (debería llevar la a acentuada pero no lo hago porque se ve rarísimo), que algunos llaman ketchup y otros (Livier, por ejemplo) capsup, está en todas partes. El 97 por ciento de las cocinas gringas tiene, cuando menos, una botella. He visto chilangos que se la ponen al arroz, a la chuleta ahumada, ¡a los huevos revueltos! (A Nixon le gustaba con el horrible queso cottage, pero de ese carnal se podía esperar cualquier cosa.) Yo me considero un converso moderado: hamburguesas, jochos, papas a la francesa –aquello que los ortodoxos tienen por su ámbito natural. (Paréntesis: las mejores papas a la francesa deben haber sido freídas dos veces –una a temperatura relativamente baja, para cocerlas; otra bien caliente, para dorarlas– en grasa de caballo. Así las hacía el gran jefe Alain Passard; el problema, naturalmente, es que esa grasa casi sólo se consigue ya en Austria y en el Véneto. También valen la pena cuando han sido hechas en grasa de pato. De las comerciales, en orden de preferencia: las de Terrasse Renault [en Masaryk frente al Hábita], las de Burger King, las de La Rural [Insurgentes sur 803, Nápoles; 5687 0794], las del Rojo en Ámsterdam y las de Hamburguesas Memorables –aunque son prefritas–, que tienen una sucursal en Polanco, otra en la del Valle, otra en la Cuauhtémoc, dos más en la Condesa. Las de McDonald’s son cada vez más parecidas al cartón.)

Es muy probable que, proveniente del inglés, la palabra llegara al español de México hacia 1940, junto con el horrendo permanente, los hot-dogs, el “queso amarillo” y las pinzas para hacer platillos voladores (aquellos sensacionales emparedados de pan “de caja”, normalmente consistentes en queso amarillo, jamón y chile en escabeche, todo picado fino, que se metían en aquellos “aparatos”, especie de sandwicheras primigenias, apenas untados de mantequilla, y se colocaban sobre la estufa). Al inglés había llegado en 1690 del dialecto chino amoy: ké-tsiap, que significa “salsa de pescado fermentada”, a través del viejo malayo kechap: “salsa de soya”, que fue en inglés catchup, luego catsup y, finalmente, ketchup (1711), única forma que se usa hoy en Inglaterra. (En el Beppo de Byron hay un recordatorio: Buy in gross: Ketchup, Soy, Chili –vinegar, and Harvey [Harvey, dice el
OED, es A kind of cooking- and cider-apple].) Básicamente, es una combinación de jitomates, vinagre y azúcar: el equilibrio de estos elementos es lo que busca el aficionado. (En otros momentos ha contenido hongos diversos, nueces.) El otro día hubo una reunión de narices, lenguas y paladares (Ricardo, Livier cuando me quería, Mari, Toño y yo), para probar diversas versiones de la salsa, mexicanas y gringas, con papas a la francesa. Juzgamos la vista, el carácter aromático, la textura y la personalidad en boca de cada una. Van los resultados.

Hunt’s (México). Un clásico que andaba en mi refrigerador desde el 2003, acercándose peligrosamente a su caducidad (ago05). Color rojo bastante brillante, textura demasiado líquida (hasta un agua anaranjada parecía desprendérsele), agarre mediano a la papa; ataque acidito a la nariz, cuerpo medio en boca, muy cargada hacia el jitomate.

Clemente Jacques (México). Rojo brillante, textura delgada, de plano sin agarre a la papa; en nariz te pica el jalón del vinagre pero ya en boca da la media vuelta y se va por el sinuoso camino del azúcar. Medianona, considerando que el bote estaba nuevecito.

Whataburger Fancy Ketchup (EUA). Espantoso color marrón, textura francamente plastilinosa y agarre opresivo a la patatita. En nariz y paladar, notas de barbacoa y carne asada. Interrogamos el empaque de esta extraña “catsup” y anotamos una diferencia en ingredientes: ajo y cebolla en polvo. ¿Será?

Abal (México). Alguien se robó ésta de un supersiete o un oxxo. Color rojo oscuro, textura runny, agarre mediano. Imperceptible en nariz; en boca absolutamente inclinada por lo dulce. Es gratis, y merece serlo.

Jack in the Box (EUA). Una verdadera sorpresa. Color rojo de veras, consistencia agradable pero aún líquida, agarre enjundioso. Picosita en nariz, en boca mantiene un buen equilibrio entre vinagre, jitomate y azúcar.

Benedetti’s (México). Malviajante color naranja transparente, contaminado por pedacitos de algo que unos interpretaron como “especias” y otros como “cascaritas de jitomate” –el paquetín no dio pistas. Nulo agarre a la papa; en nariz y en boca, puro vinagre. Comentario generalizado: “¡Eso no es catsup!”
McDonald’s Fancy Ketchup (EUA). Sumamente parecida a Jack in the Box: rojo intenso, consistencia agradable, buen balance de elementos... El sobrecito, sin embargo, era sospechosamente escueto. ¿Compartirán proveedores?
Heinz (EUA, México). Probamos tres versiones: la empacada para Arby’s, la de Burger King y una genérica. Aunque todas eran idénticas a la vista (bello color rojo) y al tacto (textura espesita), la genérica se inclinaba ligeramente por lo ácido y las de Arby’s y BK ostentaban un elegante picorcito, diferencias acaso imputables a las fechas de producción. Fueron las favoritas de todos los catadores.

Una anécdota para terminar. Borges, ya viejito, después de una conferencia sobre poesía y el sentido de la vista en Austin (hogar de las famosas hamburguesas
Arkie’s Grill), decide modificar su Poema del cuarto elemento. Éstos son los lentos alejandrinos finales de la nueva versión, de título Poema del rojo elemento:

Catsup, te lo suplico. Por este soñoliento
nudo de numerosas palabras que te digo,
acuérdate de Borges, tu catador, tu amigo.
No faltes a mis labios en el postrer momento.
ps. Hay por ahí una gravesiana novedad cochinita.


Sin pizca de ironía

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Y en lo que subo el laberíntico post taquero, he aquí una rola perfecta. Gabriel y yo la encontramos el 24 de diciembre en los tacos de Maribel (Bolívar entre Carranza y Uruguay, afuerita del Santander), y eran sílabas palpitantes que llenaban los oídos y el cerebro como un líquido de color rosa resplandeciente. Les dijimos: véndannos el disco. Al principio dijeron nel, luego se ablandaron. Nos lo dejaron en quince conmovedores varitos. La eficacia poética de la letra proviene, creo, de que el hablante nunca es certeza en presente de indicativo (amo, siento, regalo rosas, somos) sino nostalgia: pretérito perfecto y copretérito:

Hoy corté una flor, y llovía y llovía,
esperando a mi amor, y llovía y llovía;
presurosa, la gente pasaba, corría,
y desierta quedó la ciudad pues llovía,


y hasta un copretérito aún más distante en el tiempo:

yo me puse a pensar tantas cosas bonitas
como el día en la playa cuando te conocía:
cómo jugaba el viento con tu pelo de niña.


Para mayor impulso, ese amor (el de la segunda línea) nunca llega, nunca está aquí, porque es transportado al futuro:

cuando llegues, mi amor, te diré tantas cosas

y luego:

nos iremos charlando por las calles vacías,
nos iremos besando por las calles vacías
y sabrán que te quiero esas calles vacías…


o a un subjuntivo porque, una vez más, no hay certezas:

o quizás, simplemente, te regale una rosa,

sino una súplica o un ansia que es el anverso de la nostalgia:

que me alegre tu canto, que me alegre tu risa,
que se alegre en silencio tu mirada en la mía.


Por supuesto, así en papel, el poema no es ni de lejos todo lo que puede ser cuando suenan sus coros como extraídos de una rola de L. Cohen o cuando Leonardo Favio parece sorprendido de su propia voz y de los deseos que emite. Hay que oírla, hay que dejarse acariciar por la rola, pero esa caricia que no lleva a coger: la caricia que uno le da a alguien que ama pero está dormido.

[todavía no logro poner el playercito ese para oírla desde el post (Tlacuilo, Davidson, echen mano) pero, para bajarla, clic aquí; para la letra: clic aquí]


Intermedio ilustrado: un enfer tiède

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Parte prima
Título: Misterios después de la fiesta. Subtítulo: ¿A dónde fui, quién soy, qué me metí, con quién, para qué? ¿Queeeé? Autor: Tlacuiloco.



Parte postrera
Para mí, uno de los hallazgos más felices de estos días en que el año empieza a andar con la lentitud de un saurio decrépito es espectro de Brocken (Par un beau dimanche de Pentecôte, montons sur le Brocken exclama Baudelaire en algún lado), la página de J. Ledesma sobre el gran jefe De Quincey. Neta: un blog para perderse muchas horas. (Lástima que no acepta comentarios.)

Ledesma, además, es de los que creen que la traducción de poesía rimada no sólo es posible sino estimulante, juguetona. (Los conservadores piensan, por ejemplo, que “la música verbal siempre se pierde” o, más famosamente, que “la poesía es aquello que se pierde en la traducción”.) J.L. publicó por ahí esta versión de la Ode to a Nightingale de Keats [clic: versión original], que trae todos los elementos del original (el canto, los aromas, el dolor), pero reinventados. A mí me movió el tapete.

I
Me revienta el corazón. Y lo veo hundirse
en la modorra de una siesta. Lo veo irse
sin mí, solo y palpitante, como borracho
con litros de cicuta. Está hueco, es un cacho
de carne rancia, un trapo roto, paja, paja
seca, que arde al primer fósforo y se raja.


Y te oigo, ruiseñor, cantando en ese bosque,
y oigo tu voz nocturna que me dice: ¿y vos qué?
Y esas notitas brillantes que se meten en mi pecho
inflándolo cual globo usado, cual fo... El hecho
–un hecho triste, infame, estrecho, verdad cruenta–
es que estoy muerto pero aun no me di cuenta.


Pero te escucho y quiero subir hasta la rama
que sostiene tus patitas, no con falsas lianas,
ni con ayuda de licores o ambrosía,
sino con invisibles alas de poesía.


II
Ya estoy acá. Estoy a tu lado, acá arriba.
(Gracias al texto, su magia y su deriva.)
La noche está completa. Oscuro el paisaje
brota en los olores que adivina mi nariz:
la mustia rosa, el sudor, la caca, el pis.
Pero tu garganta plena alisa mi entrecejo,
me saca del tiempo, de las penas. No me quejo,
renazco. Brillo en lo alto y soy mis fuerzas
desplegadas, une autre, y toco su piel tersa
y su cuerpo rubio, y meto mi mano en su alma:
y escarbo y hurgo y tiro y le arrebato la calma,
y quizás el sueño... pero me quedo sin ella.
Se me escapa. Es tan vana tu música bella,
ruiseñor. Fluye, se va, no me sirve de consuelo...
Mi corazón, traducido, se esparce por el suelo.


[duda. ¿Qué querrá decir ese fo... del verso 10? Muy probablemente será una palabra que termina en -echo; muy probablemente, un argentinismo; muy probablemente, leperón... Busqué y nada. Se agradecerá cualquier ayuda.]

[nota. Nosotros, obviamente, compartimos esta creencia en la traducción/apropiación. Dos ejemplos. Primero, el rubaiyat de Fitzgerald/Kayyam que dice:

Here with a Loaf of Bread beneath the Bough,
A Flask of Wine, a Book of Verse –and Thou
Beside me singing in the Wilderness–
And Wilderness is Paradise enow


y que
Gabriel tradujo en dos versiones. La más divertida iba así:

Aquí, en mi palapa con un pan Bimbo,
mi Padre Quino, un libro y mi Rocío
cantándome a Pablito en Cozumel;
Caletita es mi Edén, mi Paraíso.


Segundo, el soneto rabón Fottiamci, anima mia [clic: versión original], que ensartamos hace como un mes en Baile caliente; esta versión trae algunos cambios:

–Cojamos, alma mía, cojamos presto,
que en este mundo pa coger estamos:
si tú la ñonga adoras, yo el coño amo,
valdría la vida un pito sin todo esto.

Y si coger post mortem fuera honesto
moriríamos de nuez por coger tanto,
y allá pondríanle Eva y el Adano,
que les tocó un morir tan deshonesto.

–¡Pues a güevo! Que si esos malactuantes
no comieran el fruto traicionero,
dejaría de coger hasta el amante.

Silencio ya, y méteme hasta el cerebro
ese vergonón, y que este semblante
se me parta: en el pito nazco o muero.

Y si aun pedirte puedo:
déjame ir, te suplico, hasta los güevos,
de cerquita testigos del encuentro.

autocebollazo. Luis Antonio de Villena fue el primero que tradujo al español este soneto. Lo hizo muy mediocremente, acaso porque no siguió el procedimiento cochinito, que es menos respetuoso y más sonoro. Para que no se diga que miento (tanto) subí su traducción acá: clic.]


Otra vindicación de la ebriedad

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1. (Abro la Biblia al azar: del llanto junto a los ríos de Babilonia al Eclesiastés y su árida sabiduría a los sonoros afanes de Job a la revelación y la gran voz como de trompeta: este año nadie ha nacido en el pesebre.)
2. Las ebriedades son el estado mejor del ser humano: demasiado alcohol corre en mis arterias, me cubre los brazos, las piernas, el torso, llega al cerebro, se lo acaba de a poquito, toma la memoria, le da una machincuepa y me la devuelve pastosa, blanda, o no: la lanza contra la pared y yo veo los pedazos caer al suelo, trato de recogerlos pero tiendo la mano y no toco nada, todo es móvil, transparente o borroso, cada recuerdo es de mercurio, se deshace si lo toco y se rehace a su capricho, absurdamente, se une a otros recuerdos, o no: mi cerebro es prístino, se ve todo ahí, todo mi pasado vive al mismo tiempo, relampaguea como un aleph, gira a una velocidad imposible, y el cuerpo siente todo, una mosca se posa en mi antebrazo y su peso es inaudito, camina y su roce manda señales hasta la columna, señales que suben a la parte baja del cerebro como una ola de calor, el hielo del vaso derrama una gota que me cae en el pecho, siento escalofríos, los dientes me tiemblan, los sentidos se han multiplicado por mil, o no: no puedo hablar, nada responde, camino pero no siento el suelo, en la cama soy un bulto, en la mente no hay recuerdos ni estímulos ni nada, el cerebro es un trozo inerte de tejidos, nada más, y abro los ojos: el día odioso se ha alzado sobre el centro de la ciudad de México, por 5 de Mayo suben las notas tercas de un flautista conchero, Motolinía reverbera como un caracol escandaloso, las pestañas son hilos de vidrio con aumento para que el sol las penetre y queme la vista, del centro de las pupilas sale humo.

3.
Baudelaire y De Quincey supieron esa verdad. Aquél escribió, por ejemplo, Il faut être toujours ivre. Tout est là. Siempre hay que estar ebrios: he ahí la única cuestión. Pour ne pas sentir l’horrible fardeau du Temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, para que no sintamos el horrible peso del Tiempo, pero ebrios de qué, se pregunta ese gran jefe: De vin, de poésie ou de vertu, como gustes, pero hay que embriagarse. El vino nos habla desde el fondo de sí mismo, establece un cuchicheo cariñoso: “Desheredado, hombre, desde mi prisión de vidrio te envío un canto lleno de luz y hermandad; sé cuántas penas, cuánto sudor, cuánto ardor de sol sobre tu espalda es necesario para animarme: no seré ingrato: iluminaré los ojos de tu mujer, daré fuerza y color a tu hijo, afirmaré los músculos de los luchadores; y caeré en ti para que de nuestro amor nazca la poesía, y que se alce hacia Dios como una flor.” En sus Confessions, De Quincey prefiere otra ebriedad: “¡Opio, temido agente de placer y dolor inimaginables! ¡Qué sonido sin sentido era entonces! ¡Qué acordes solemnes resuenan ahora en mi corazón, qué vibraciones de remembranzas tristes y felices! …Era una tarde de domingo, húmeda y sin gozo: y espectáculo más apagado esta tierra nuestra no tiene que ofrecer que un domingo de lluvia en Londres. Mi camino a casa iba a través de la calle Oxford; cerca del majestuoso Panteón, vi una botica. El boticario –¡ministro inconsciente de placeres celestiales!–, como en simpatía con el domingo lluvioso, se veía apagado y estúpido, como cualquier mortal boticario se vería un domingo: y, cuando pedí la tintura de opio, me la dio como me la habría dado cualquier hombre: más aún, de mi chelín me devolvió lo que a todas luces era un tostón de cobre real, extraído de un cajón real de madera. Y sin embargo, a pesar de tales indicios de humanidad, él ha existido desde entonces en mi mente como la visión beatífica de un boticario inmortal, enviado a la tierra en una misión especial para mí…” En un sueño de opio, el Diablo le dictó al orate Coleridge las imágenes desaforadas, eróticas, de Kubla Khan, como ésta:

But oh! that deep romantic chasm which slanted
Down the green hill athwart a cedarn cover!
A savage place! as holy and enchanted
As e’er beneath a waning moon was haunted
By woman wailing for her demon-lover!,

y todo está encendido, como cuando despiertas en el centro de un diamante –That sunny dome! those caves of ice!–, y es como si la luz, inmenso piélago de pastura amarilla en que los ojos pacen, no fuera a extinguirse nunca. (¿O es al revés? Para extinguir la luz, Huxley eligió el camino de la mescalina e, incapaz de hablar, tendido en la cama de la que ya no iba a levantarse, escribió una última nota: “
LSD, 100μg, im”: cien microgramos, inyección intramuscular...)

4. La ebriedad es nuestro único Leteo, nuestra única fuente de olvido, nuestra única posibilidad de modificar el pasado. Dice el vasco Karmelo:

No sé con quién estuve,
ni dónde,
ni a quién le dije algo
lo suficientemente fuerte
como para acabar a golpes por el suelo
y que ahora me duela hasta pensar...

Y L.A. de Cuenca: “Fue una idea malísima la de volver a vernos”, intercambios de insultos, reproches de “viejas y sórdidas historias”, un “sonoro portazo”, y el final inevitable:

Bebí entonces. Bebí como los escritores
malditos de hace un siglo, como los marineros,
y borracho vagué por la casa desierta,
cansado de vivir, buscándote en la sombra
para echarte la culpa por haberte marchado.
Primero una botella, luego dos, y de pronto
me puse tan enfermo que conseguí olvidarte.

Más allá de una caña mediocre o una tacita de aguardiente, Borges no conoció la ebriedad. No sorprende, entonces, que haya podido escribir: “El mundo, lamentablemente, es real; yo, lamentablemente, soy Borges.” La ebriedad, venturosamente, es nuestro único antídoto contra la realidad, que parece de fierro. Ebrios, venturosamente, nosotros no somos nosotros.
ps. Hubo jaquecas que retorcían el cuerpo entero; hubo acostones en el baño y en la cama; hubo lechón del Casino Español; hubo encuentros y un desencuentro (el único que importa); alguien faltó a la regla de no intentar suicidarse, para el escándalo de un excusado empapado de sangre y para la indiferencia o la mofa de todos los demás (mi buen Andrés, ya Mauricio te dejó pagado un baño en los Señorial, para que termines la labor que interrumpimos); hubo besos y caricias; aparecieron Tlacuiloco, Maru y Adictvm, Salvador, Mapiro, Rubén y Peñaloza... Más extraño que todo eso fue probar, el viernes 30, el opio de Adrián, el boticario lluvioso como tarde dominical de Londres: oloroso a pantano, apendejante, doliente y (lástima) increíblemente poco.


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