me gusta pedir drogas en domingo:
llega T en su taxi, me llama desde abajo: ya estoy acá, y cuando me ve me abraza y me da en el apretón de manos un papelito o una bolsa como de joyas; pero ahora es diferente; me dice: tengo para inyectar; sube a mi casa, aún sucia de ayer y antier, pásale, ¿tienes una cuchara?, y la calienta con el encendedor de Zuzana, llena la jeringa de un líquido sucio, color carne ardida, ven, y yo, de pie, extiendo el brazo, él me aprieta la muñeca, se me saltan las venas del antebrazo, venas color verde con pátina, a partir de ahora soy distinto, pienso, y sale de mi vena una gotita de sangre, agua casi, T voltea desde allá abajo, presiona la jeringa, y deja ir todo, me dice: checa nomás, y pienso, obviamente, en Keith Richards, cómo se cae para adelante en aquel video, pienso en Harvey Keitel en Bad Lieutenant, hasta la madre, encuerado, bailando con los brazos abiertos, una mujer se hinca frente a él, y se lleva esa verga hacia la boca, alguien más, no sé quién, mama una verga, tú llegas a la casa hace mil siglos (todavía está en División del Norte 847-27), oigo tus zapatos subir la escalera y pienso ¿cómo voy a saludarla?, abro y te digo
“¡no puede ser, carajo!, estás bellísima”,
y sonríes, “¿a poco sí te gusto?”
preguntas como si no lo supieras,
y te extiendo los brazos, ven, los dedos,
nunca había conocido a nadie bello,
a nadie así, y hacemos el amor,
y no te quitas todo, dices “quiero
que veas mis calzones, no me toques,
hazte pa’llá”, y te dejas caer junto
a la puerta del clóset, metes tu índice
entre el resorte y la piel, transparente
fábrica que la orilla de tus uñas
delinea, sonríes y te miro
desde la cama, ya es después, diciembre
31 en Madrid y yo me juro:
en 2003 no voy a padecerla,
me sigue resonando en el teléfono
la clara voz celular del pendejo
de Gustavo: “¿a quién buscas?” y le digo
con la mano temblándome tu nombre,
que siempre me sonó a un cristal cayendo
al suelo, “pásamela”, pero finges,
“¿bueno?, ¿bueno?”, que no sabes quién habla,
no voy a padecerte este año, Mauro
hace meses me dijo “oye, esa vieja
sí te jodió la vida, ¿no?”, bebíamos
un domingo en la mañana, y es cierto,
no voy a padecerte, neta, en México
de regreso me llamas y es: “Alonso,
ya vivo con Gustavo”, y a mí qué
me importa eso si vamos prolongando
la despedida a través de las calles
del tiempo?, me cambié de casa, vuelvo
años después de Montpellier, hay fotos
que colgaste, sorpresa, en una cuerda
que atraviesa la sala, un recadito
“son nuestros recorridos por el centro”,
clic, Hidalgo, la Alameda, Madero,
Starbucks, el Macdonalds, clic, y Bershka,
Motolinía, el edificio, el depa,
la cama y, desde la ventana, Cinco
de Mayo, porque la primera vez
que cogimos en el Centro lo hicimos
asomados a la ventana, en pants,
me enseñabas tu tanga y tus nalguitas,
me preguntabas “¿qué tanto te gusto?”,
no había muebles ni libros en el depa,
“va a estar padrísima tu casa nueva,
¿te imaginas que viviéramos juntos?”
y yo, la neta, sí me lo imagino,
puente de endecasílabos que tiendo
entre tú y yo: nos levantamos tarde
y Lula y Lola duermen en la cama,
te bañas rápido, “Alón, es muy tarde,
ya no llego”, y tu cuerpo está desnudo,
es un lago tu cuerpo, enamorada
de sí su transparencia, no vayamos
al trabajo, Multivisión al coño,
y sus horarios y la credencial
a güevo sobre la solapa negra,
qué bien te ves de traje, antes no usabas
esos trajes, ventajas las de Multi,
“¿te imaginas que viviéramos juntos?”
y yo, la neta, no me lo imagino,
¿para qué?, esto es el rastro, te abro en dos,
o la carnicería o yo qué sé,
tú a mí me haces bisteces, ¿no?, carajo,
y me vendes barato, a cincuenta
pesos el kilo, y ya nunca me llamas,
y yo tampoco, vaya pendejada,
aunque sí guardo todos tus correos,
no los leo, nomás están en Yahoo,
quemando para siempre un disco duro
en Atlanta, tal vez, o no sé dónde,
y también me masturbo a veces, pienso
en ti, en tu cuerpo, en tus tetas, tus nalgas,
tu vagina y su sabor, ¿a qué sabes?,
ya casi no me acuerdo, lentamente
construyo mis orgasmos, un rumor
me sube, son avispas que se paran
a la altura de mi verga, a la altura
de mi pecho o de mi brazo extendido,
que T, riendo, sostiene entre sus manos,
“¿te gusta, güey?” pregunta, y yo le digo:
“no mames, esta madre está buenísima”.
clic: lunes [fast-forward]
[clic en la imagen para leer el soneto]
I
Hace seis años exactamente, el dos de marzo del 2000, se murió M. Me lo dijeron dos o tres días después. Me dolió pero, vanidosamente, ni lloré ni fui a su entierro. (Ahora que lo digo, en realidad ni sé si la enterraron. Supongo.) Pensé que, aunque habíamos compartido el cielo de la ciudad de México y la colonia del Valle, alguna vez su ojetez me llevó a aborrecer ese hecho; también pensé en un mail que me había mandado como dos meses antes (lo guardo todavía en una carpeta en yahoo; quién sabe por qué): “Me siento enamorada. Tengo ganas de verte, de estar contigo, quiero saber qué pasa cuando finalmente estemos juntos. Lo platicaré pasado mañana en la psi”; pensé en cómo el contorno de los ojos se le llenaba de venas rojas chiquititas cuando se entristecía y pensé en mí, esperándola llegar a verme para coger o fajar muchas horas (a mí me fascinaba su cuerpo, pequeño río tranquilo en una despedida interminable), y ese recuerdo me trajo unos versos de Cohen:
there’s only one bed and there’s only one prayer;
I listen all night for your step on the stair...
II
Quién sabe cuál habrá sido la primera aparición de un fantasma erótico en un poema. “Los manes sí existen –dice el modernísimo Propercio en la Elegía 7 de su cuarto libro [clic: versión original]–; el fantasma de los muertos escapa de la pira”:
Sunt aliquid Manes: letum non omnia finit,
luridaque euictos effugit umbra rogos.
Propercio se refiere a su heroína, entre real y ficticia, Cintia. Enterrada hace poquito, ha vuelto de su tumba, junto a un camino rumoroso, justo cuando su amante la recuerda, en el viejo lecho, entre sueños. “Cuántas veces hicimos el amor en aquel cruce y, pecho con pecho, nuestras túnicas le dieron calor a la carretera”:
saepe Venus triuio commissa est, pectore mixto
fecerunt tepidas pallia nostra uias...
Las cosas ahora tienen un tinte ligeramente atroz: la túnica está en parte chamuscada, las manos sin sortija son frágiles, crujen. Cintia se ve pálida: ha venido a reprochar antiguas infidelidades, a recordar traiciones y a ratificar su amor. “Un día más habría vivido si me hubieras llamado. ¿Tanto te costaba rogar que un viento abanicara mi pira?¿Tanto esfuerzo fue echar unos jacintos baratos en mi tumba u honrarla con una vasija cuarteada? Y bueno, aunque te lo mereces, Propercio, no voy a criticarte: mi reino fue largo en tus anales. Ya me voy. Graba en una columna esta inscripción para que el pasante la lea: En esta tierra yace la áurea Cintia. Y que te tengan otras: pronto te tendré para mí sola; estarás conmigo: mezclaré el polvo de tus huesos con los míos:
nunc te possideant aliae: mox sola tenebo:
mecum eris, et mixtis ossibus ossa teram.
Propercio, al final, sólo alcanza a decir: “Cuando hubo terminado su querella, su sombra se escapó de entre mis brazos.” El poema es pavoroso y, a la vez, tristísimo.
Quince siglos después, hay otro encuentro terrible. Laura, el único sol, ha muerto la noche anterior, y el pobre Petrarca duerme ya, enceguecido de dolor, injustificado y solo como todos nosotros:
La notte che seguì l’orribil caso
che spense il sol, anzi’l ripose in cielo,
di ch’io son qui come uom cieco rimaso.
Laura aparece en su sueño. ¿Me reconoces? pregunta ella; ¿Cómo no reconocer a quien es mi diosa? Pero dime, te suplico, ¿estás muerta o estás viva? Y ella:
Viva son io, e tu se’ morto ancora,
diss’ella, e sarai sempre, infin che giunga
per levarti di terra l’ultima ora.
Estoy viva: el muerto eres tú, y así será hasta que venga a llevarte de esta tierra la última hora. Qué sueño inquietante: los muertos son los vivos pues ya gozan la eternidad; estar vivo, en esta tierra horrible, es estar muerto. El largo poema es el Trionfo della morte [clic: versión original]. Los petrarquistas españoles también se encontraron con la sombra de antiguos amores muertos. Por ejemplo, Bartolomé Leonardo de Argensola en su soneto:
Cuando a su dulce olvido me convida
la noche, y en sus faldas me adormece,
entre sueños la imagen me aparece
de aquella que fue sueño en esta vida.
Yo, sin temor que su desdén lo impida,
los brazos tiendo al gusto que me ofrece;
mas ella –sombra al fin– desaparece,
y abrazo al aire, donde está escondida.
Es bello el sueño repetido como en un espejo: en el sueño aparece una mujer, muerta (acuérdate: el sueño es imagen de la muerte), que mientras vivió fue sueño… El intercambio de Petrarca, aunque sin la promesa final, se parece al que contará Leopardi en uno de sus canti. Se llama Il sogno [clic: versión original y traducción endecasílaba]; sucede en el alba, la hora de los sueños verídicos, el tiempo “en que más leve el sueño / y más suave la pupila obscurece”:
se detuvo a mi lado y me miró
el fantasma de aquella que el amor
me enseñó primero y dejóme en llanto,
No se veía muerta, dice Leopardi, sino triste. Como Laura, ella preguntará: “¿Recuerdo alguno guardas de nosotros?” Y el poeta: “¿Qué sucede, eres tú la de antes?”:
----------------------“Obstruye el olvido
tu pensamiento y lo confunde el sueño”,
me dijo ella. “Muerta soy, y me viste
la última vez ha muchas lunas.”
Leopardi sabe, igual que Petrarca, que amar es una pérdida de vida y que la vida es la muerte disfrazada: “Enteros me quedan estos míseros restos.” La muerta ha venido también a consolarlo, y en el último instante él exclama:
---------Por el amor que me agota,
las desventuras nuestras, el amado
nombre de juventud y la perdida
esperanza de nuestros días, deja,
querida mía, que tu mano roce...
El final del poema es, para mí, uno de los más patéticos que existen:
----------------------- “¿Se te olvida,
oh querido, que en mí ya no hay belleza?
Y tú de amor, desventurado, en vano
tiemblas y ardes. Ahora, al fin, adiós...”
--------------------- Zozobrando,
queriendo gritar con angustia, llenas
de inconsolable llanto las pupilas,
desperté de aquel sueño. Ella seguía
en mis ojos, y aún creía verla
entre los rayos inciertos del Sol.
Leopardi es un romántico, y el asunto del fantasma no podía venirle mejor. Otros románticos lo practicaron también: Bürger hizo al suyo llevarse a la amada, a caballo, a la tumba, con un cortejo nupcial hecho de espectros [clic: traducción de Nerval]; Novalis ve a Sofía en la árida colina donde está su sepulcro:
Tú viniste a mí, entusiasmo de la noche, reposo del cielo: lento se elevó el paisaje, y sobre el paisaje flotó mi espíritu recién nacido. Una nube de polvo se hizo la colina: a través de la nube vi los rasgos radiantes de la amada. La eternidad descansaba en sus ojos: tomé sus manos, y las lágrimas fueron lazo centelleante indestructible. Los milenios se alejaron cual borrasca. Por la vida nueva lloré sobre su cuello encantadas lágrimas. Fue el primer sueño; el único...
Los simbolistas, más cercanos a Propercio que a Petrarca, ya no pueden ver en estas fúnebres entrevistas sino emblemas de un futuro espantoso o la posibilidad de un erotismo necrofílico. Aurélia parece augurarle a Nerval su propia muerte; el fantasma de Baudelaire promete regresar así:
Comme d'autres par la tendresse,
Sur ta vie et sur ta jeunesse,
Moi, je veux régner par l’effroi:
No nos unirá el amor sino el espanto: subversión del tópico de nuestro amado Quevedo (que ya era una subversión pues el alma abandona el cuerpo pero regresa, fantasmal, con su cuidado; las venas son ceniza con sentido y las medulas profesan amor):
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Medulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
El cura protagonista de La morte amoureuse [clic] de Gautier lleva una vida onírica decadente, dolorosa, onanista: Le jour, j'étais un prêtre du Seigneur, chaste, occupé de la prière et des choses saintes ; la nuit, dès que j'avais fermé les yeux, je devenais un jeune seigneur, fin connaisseur en femmes, en chiens et en chevaux, jouant aux dés, buvant et blasphémant... También su hijo López Velarde está muerto de miedo en el más muerto de los mares muertos:
¿Conservabas tu carne en cada hueso?
El enigma de amor se veló entero
en la prudencia de tus guantes negros,
porque coger con fantasmas (coger con nuestra imaginación) es, nada más, masturbarse, pedirle a quien hemos perdido, como sor Juana:
Deténte, sombra de mi bien esquivo,
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo,
deténte, aunque el horror sea el único sentimiento posible entre los dos y para siempre: recordemos el tiempo en que nosotros dos éramos los únicos habitantes del mundo, y el mar era un lago inmenso y tranquilo que nos pertenecía.
III
Una vez y ya, pálida amiga mía, remordimiento mío. Ven: quiero dejar de masturbarme. Aparece en esta cama, tócame; roza, al pasar, mi cuerpo con la palma de tu mano. Ven como sea. Al fin que acá estamos hablando puros muertos.
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DANZA CON LOBOS-------------
ERECCIONES Y HUMEDADES-------------